
Silverio Pérez, La Pachis,esposa de “El faraón”, Anita Acuña y el Maestro Fermín Espinosa “Armillita Chico” en una piñata de sus hijos: Silverio Jr. Manolo y Cuqui Espinosa

La moda es hablar mal de los toros, porque ir en contra de la Fiesta, es estar “In”. Hemos llegado a extremos en que algunos pastores, creyendo que atacando la Fiesta corregirán el sendero del rebaño agreden a los toros , como no se atreven hacer ante evidentes injusticias de los poderosos.
Vale recordar que en América la Fiesta de los Toros ha ido de la mano de la Iglesia, por lo menos de la mano de la Iglesia Católica. No es cuestión de retórica el título del primero de sus libros de Carlos Fernández Valdemoro “José Alameda”, que califica al arte de lidiar reses bravas: “El toreo, arte católico”. La geografía de la fiesta está sembrada con los nombres que el rebaño de la Iglesia le da a la Virgen María. En Venezuela son famosas las fiestas y temporadas de La Chinita de Maracaibo, Consolación de Táriba, El Socorro de Valencia, La Candelaria de Valle de la Pascua entre muchas fiestas donde el toreo es ancla de los festejos religiosos. En la cornisa cantábrica es famosa la Corrida de Covadonga, en Santander, como lo fue en México este festejo organizado por la colonia española, para exaltar la fraternidad hispano – mexicana, relación tensa luego de la Guerra Civil. No hablemos de los toros en España, donde los nombres de La Macarena, El Rocío, La Paloma, etc.… se repiten kilómetro a kilómetro por esos caminos de Dios.
Valga una anécdota con muy católica del “maestro de maestros “Fermín Espinosa “Armillita Chico” cuando se preparaba para su boda. Sucede que el maestro no había hecho la Primera Comunión, y para casarse debió prepararse para tomar la Eucaristía. El sacerdote, muy amigo de la familia de Anita, era el encargado de preparar al torero para recibir la Eucaristía. El cura que no era muy devoto de los toros acuñaba entre el catecismo y las sagradas escrituras un rehilete contra la fiesta.
Armillita le había regalado a su prometida, la señorita Ana Acuña, el hermoso capote de paseo con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe., que lució en muchas de sus tardes triunfales en España. Anita, lo cedió a la Iglesia para que con él hicieran una casulla. Casulla que lucía el cura amigo de los Acuña los domingos en la misa y que llevó para la ceremonia de la boda entre Fermín y Ana Acuña, la primera esposa del coloso de Saltillo. Nos contaba el Maestro una tarde en Madrid, cuando este tema de la religión y los toros se trataba, que en el confesionario el sacerdote le solicitó al torero dijera sus pecados, a lo que Armillita, hombre de gran humor, dijo: “Padre, confiero haber matado a más de mil quinientos toros en mi vida.”
Hubo perdón de estos pecados, y el capote de Armillita ofició Misa en el Altar Mayor de la Basílica de Guadalupe “en el mero mero” Tepeyac.
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