De adolescentes, nos sentábamos por los meses de enero sobre el muro que soportaba nuestra temprana juventud, a mirar los vehículos que pasaban con sus pasajeros ensombrerados, como a la una de la tarde de casi todas las tardes de aquella San Sebastián; un poco después, cuando ya teníamos la edad para que nos dejaran salir sin representante, nos acercábamos a la plaza de toros de Pueblo Nuevo, el desfile policromático de aficionados taurinos y aquel sol de inicios de año, nos hacían brillar los ojos y entusiasmar el deseo de entrar a mirar la fiesta taurina de esos años y de todos los años venideros.
Mirar una corrida de toros no es igual que ver un juego de futbol o una pelea de boxeo. Una vez un amigo me preguntó qué le veía yo a aquel espectáculo, traté de explicarle hasta que le invité a que fuera, en la plaza por sí mismo se daría cuenta; y es que una corrida de toros no es solo la lidia (por lo menos para la mayoría) es también, la vestimenta, la alegría, el sol, la brisa, la música, la gente sentada comiendo sus alimentitos de feria, los tintos mezclados que hacen reír al más serio; y el hombre que arriesga, que reta, que lo hace por nosotros, desafiando la vida que podría ser más corta si se descuida menos de un segundo.
En San Cristóbal y en todo el Táchira ocurría, más antes que ahora, que los niños cuando grandes además de querer ser bomberos, aviadores o médicos; también querían ser toreros. Muchos han cumplido sus sueños, la Escuela Taurina es una muestra. Semillero de jóvenes y tempraneros talentos, muchos niños juegan con toallas a ser toreros mientras algún hermano o hermana le sirve de toro agachando la cabeza y haciendo de sus dos dedos índices, los pitones ingenuos que imitan la nobleza del toro de casta.
Recuerdo una familia, toda en barrera, acomodándose, todas las tardes de toda la vida y en la misma localidad; crecieron allí, entre maestros españoles, mejicanos y venezolanos, mirando de cerca, mientras escuchaban alguna explicación de su padre taurino, conocedor de leyes, de vida y de toros… De esa familia no conozco a ninguno que sea agresivo, que haya sido perjudicado en su conducta por aquella historia y antecedente en sus vidas; por el contrario, son gente de buen temperamento, de solidaridad y de buen humor, a lo mejor tanta corrida de toros les orientó el carácter. Así como esta familia hay muchas en el Táchira, en los pueblos, en las aldeas, en los barrios.
Es casi un ritual ver salir de una tarde de toros a grupos de amigos y familias. Existen personas que se acomodan por los alrededores de la plaza, se sientan, se acuestan en sus jardines a solo mirar, a solo observar cómo entran los engalanados a ver los toros y cómo salen aficionados y espectadores entre carcajadas y abrazos descubriendo amistades entre el vino, el sol y las luces de trajes de toreros. Pensar que la gente solo va a una corrida a mirar cómo sufre un toro es como pensar que las personas van a un ballet únicamente a mirar las piernas de las bailarinas; o a un juego de futbol a ver cómo se meten zancadillas los jugadores. Si nos descuidamos un poco terminarán prohibiéndole a los niños mirar futbol, béisbol o ciclismo por el hecho de que allí ocurren accidentes. La vida está para vivirla, para aprenderla, para descubrirla y los mayores para orientarla. La delincuencia es un mal que obedece a otros factores, como la mala gerencia en las normas de seguridad. No me imagino a ningún delincuente ovacionando a un Benítez a un Juli o a algún Torero del patio. Los delincuentes no saben de toros, ellos no conocen la nobleza.
Sandel J.Sanguino Guerrero
San Cristóbal, 26-01-2012
sandelsanguino@yahoo.com
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