lunes, 21 de noviembre de 2011

JUAN PABLO SÁNCHEZ, UNA MULETA DE ARMIÑO



Jardinero de San Mateo

La temporada está iniciando y cada una de las tres corridas parecen una calca, quizá con la sola diferencia que la inauguración tuvo concurrencia de catrines y estrellitas y ahora estos se ausentaron y va descendiendo la audiencia notablemente; pero en todas ellas seguimos una costumbre que parece patentada en México: los toritos de regalo que entran al rescate de encierros decepcionantes y escritorios ambiciosos que generalmente no corren con la mejor suerte pero que efímeramente entusiasman al respetable que al fin puede ver dos películas en vez de una aunque las dos sean igualmente aburridas. Para evitar ese tedio podríamos sugerir que después de la lidia ordinaria se declare un receso y, como ocurre en otras plazas, pasen los vendedores de comida y bebidas de los alrededores y luego, con barriga llena pasemos a la segunda parte, la charlotada, que a veces se anima en verdad. El toro de regalo es una práctica que inauguró en la “México” Antonio Velázquez en 1949, es decir, es casi tan antigua como la plaza, pero hoy se ha llegado al abuso extremo, todo aquel que sale por la puerta de cuadrillas, parte de un cartel, está en opción de obsequiar un toro. La tradición justifica que en ciertas tardes especiales se haga el anuncio, pero desde que Manolo Martínez regaló su primer toro aquí en 1970 ya son parte esencial del espectáculo. Las opiniones se dividen, los puristas y la mayoría de los buenos aficionados los rechazan porque argumentan que el diestro debe vérselas con lo que le sale por la puerta de chiqueros y ajustarse a los animales que fueron sorteados pero los empresarios, en su gran mayoría y los apoderados que finalmente son los que deciden, se pronuncian por darles coba a los neófitos y sacar el “séptimo” (u “octavo” o “noveno”) cajón. El torero así parece saldar el fracaso, despierta a la concurrencia y pretende enmendar la impresión habida, pero de tener éxito se trata de un desigual triunfo con una res que suele ser escogida de antemano y que generalmente no proviene de la dehesa que está naufragando esa tarde. El mecanismo no es automático, pero funciona muchas veces, al calor de otras cervezas más, cuando ya apuntó la noche. Díganos si no que en tres tardes hemos tenido 6 –seis- toros de regalo –un encierro completo- y con ellos han triunfado Arturo Saldívar convincentemente y para sus partidarios, Enrique Ponce y El Zotoluco. Hoy lo intentaron –innecesariamente- Sebastián Castella y Juan Pablo Sánchez, por diferentes razones, el primero porque lo que le salió no tenía ni fuerza, ni bravura y el segundo porque tocó las nubes del cielo en su confirmación, pero falló con el estoque y quería la gloria esta tarde.
Decepcionante en extremo el desfile de seis mansos, débiles, torillos de Bernaldo de Quirós con los que pecharon Sebastián, que porfió toda la tarde, El Payo, quien mostró una enorme voluntad y se entregó y Juan Pablo Sánchez, que gratamente impresionó por su arte y escuela Sin duda él y Arturo han resultado formidables revelaciones para los capitalinos y quienes los hemos visto desde mucho antes de su alternativa, lo auguramos en estas páginas. Ahora nos atrevemos a vaticinar que en febrero podría haber una corrida de puros mexicanos, los “Tres Mosqueteros de hoy”, Silveti, Saldivar y Sánchez. Creo que Ponce debe administrar el enorme buen recuerdo que le tiene la afición nuestra y como querrá volver en febrero con ganado escogido y anovillado, preferimos que su visita sea turística y sólo cuando corresponda a su despedida, aquí le abriremos la puerta de la casa que tanto le quiere, pero que no le puede admitir que lo engañe.
Ante menos de media entrada, partieron plaza, un nervioso Juan Pablo, desmonterado y en pareja, Sebastián y El Payo. Se reconoció al gran taurino Nicolás González Rivas y al torero Gabriel España, ahijado de El Callao. “Artista” se llamó primero, el de la confirmación, zaino, meleno y tocado al que Juan Pablo le dio verónicas suaves que remató con la rebolera. Poco castigo, como a todos, a un toro debilucho que dedicó a la familia Bailleres. Varios muletazos de tanteo, pero el animal no tenía fondo y por la derecha era imposible. Sin embargo intentó algunos pases lentos y abajo, con lo que mostró su notable técnica. Pero no era el momento de triunfo y mató con casi entera desprendida, saludando al tercio. Ante “Pescador”, negro entrepelado y escaso de armaduras, le instrumentó una serie cadenciosa de verónicas que remató excelentemente con la rebolera. Se le hizo poco daño con el caballo con la esperanza de que llegara mejor a la muleta. Así sucedió y Juan Pablo se destapó con una faena excelente, de solera, clase, despaciosa, tersa, lenta, utilizando la muleta como la piel de un armiño para dibujar tersamente enormes derechazos y también naturales que pusieron de pie al respetable que al unísono coreó “torero”. ¡Como Cesar, llegó, vio y venció¡ Su alta escuela, la técnica mostrada en la lidia, los cambios de mano por la cara y por atrás, sus pases de pecho despertaron la esperanza de un triunfo histórico. Quedan para el recuerdo varias tandas con las dos manos, una dosantina íntegra y un remate de pecho de cromo. Pero la fortuna no estaba con él, pinchó dos veces, pese a ello se le repitió el “torero” y salió al tercio. Con el de regalo, que a nuestro juicio no debió de haber obsequiado, le salió un inválido que fue pitado justificadamente y lo mejor que ocurrió fue que lo despidiera con una estocada entera.
Sebastián Castella, pese al carisma innegable y el magnífico recuerdo del indultado “Guadalupano”, esta vez no pudo triunfar, pese a que se esforzó. Con “Cardito”, manso y sin fuerza se le cuidó con un breve puyazo. Con mucha voluntad y entrega el de Beziers se acomodó con algunos pases con la derecha, por allí un trincherazo muy torero, pero el animal iba paso a paso, sin fuerza y el francés extendió la faena hasta concluirla con una entera. Con “Recoleto”, un zaino engordado, débil, se sentó en el estribo y luego con una rodilla en tierra le dio ajustados pases con la muleta, pero el animal no tenía clase, por lo que resolvió el asunto con una estocada trasera entera. Cayó también en el asunto del regalito y recibió a “Alebrije” con trapío y al que casi no castigó. Puso pies junto a la montera y le instrumentó un par de péndulos, uno de pecho y otro del desdén que entusiasmaron, pero el toro se aplomó y luego de un pinchazo, acertó atrás.
Hay una notable evolución en El Payo. Con “Labrador” se meció con chicuelinas y una media verónica. El toro no tenía fuerza y todo le correspondió a él, primero con derechazos largos, pero el toro no humillaba lo suficiente. El Payo perseveró cuidando las embestidas y logrando, aunque aisladas, tandas muy hermosas. Concluyó con bernardinas y uno del desdén, mostrando sus adelantos con un toreo embraguetado, con arte, entrega y técnica que sin duda le mereció la oreja, pese a la estocada desprendida. Los villamelones pitaron. Tuvo en suerte el mejor de la tarde, -el único-, “Luz de Luna”, un cárdeno calcetero vuelto que fue levemente herido. Repitió los pases lasernistas del primero e intentó con la derecha, arrancó muletazos poniendo el trapo frente a la cara, pero el toro era difícil y lo que él mostró fue voluntad, exponiendo hasta que se fue por los aires, intentó matar recibiendo. Fue el único que no cayó en la tentación del regalito.
El próximo domingo, para los que gustan del arte del rejoneo, viene Diego Ventura en el tercer lugar del escalafón español con 49 corridas, 104 orejas y 6 rabos sólo 4 atrás de los 53 festejos de Noelia Mota y Pablo Hermoso de Mendoza. ¿Dónde anda la bravura del toro mexicano?… triple decepción. ¿Rancho Seco la rescatará?

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