domingo, 9 de octubre de 2011

PADILLA PIENSA en torear tras el «milagro»


El torero, con parálisis facial y perdida la visión del ojo izquierdo, habló con su familia tras bajarle la sedación

ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD / ZARAGOZA

El «milagro» es que esté vivo. En la sala de espera de la UCI del Hospital Miguel Servet de la capital aragonesa, todos coincidían en que los destrozos en la cara, la parálisis facial y la pérdida de visión del ojo izquierdo, era asumido como un mal menor. Allí, se agolpaban por la mañana en torno a la esposa de Juan José Padilla, Lidia, sus padres y su hermano Jaime; toda la cuadrilla y otros diestros amigos como Finito de Córdoba, Serafín Marín o Manuel Caballero.

Cuando llegó la familia, procedente de Sanlúcar de Barrameda y Jerez, de madrugada, se acababa de emitir el parte médico de la intervención. Un parte de guerra que confirmaba las malas consecuencias de la cornada, y un parte también de esperanza, pues una vez conocida en profundidad por dónde y cómo atravesó el pitón la cara del Ciclón, solo se podía hablar de que había sucedido un «milagro».

A media mañana comparecieron en rueda de prensa los responsables del equipo médico que intervino al herido durante más de seis horas. Allí, las doctoras Figueras, Esther Saura, Arancha Utande y Victoria Simón, confirmaron que Padilla se encontraba estable en la UCI, sedado e intubado, pero que todo hacía prever una evolución positiva, y reconocían el mal pronóstico que tiene la recuperación de la visión y la parálisis facial.

Pero hasta llegar al, pese a todo, feliz momento, se reconoció que la vida del diestro corrió peligro. La doctora Simón, la cirujana que le intervino, suspiraba tras hablar de una seria hemorragia cerebral. «Si no se para el sangrado...»

Afortunadamente, se controló la rotura arterial y pudieron seguir trabajando los cirujanos maxilofaciales, los oftalmólogos, los otorrinos... Y el resultado no pudo ser más satisfactorio, pues apenas unas horas después, sobre las seis de la tarde de ayer, la fiebre remitió y aconsejaba bajar la sedación y retirar la intubación. Los ánimos entre la familia subieron, pues hasta pudieron hablar con él. También estaba presente su apoderado, Antonio Matilla, y Diego Robles, que llevaba en vela toda la noche haciendo gala de una tremenda serenidad, que sirvió para alentar la esperanza.

En ese corto intercambio de palabras se obró otro milagro, uno del que los toreros son tantas veces protagonistas: el de sobreponerse de una forma sobrehumana a las adversidades. «Quiero torear en América, que no se renuncie ni a una sola tarde», les dijo. Y parecía que quien daba consuelo era el propio torero postrado en la UCI. Preguntó por la herida, por el ojo, y le dijeron que estaba todo muy inflamado por el golpe. «Estos hombres son de otra pasta, con una fuerza interior fuera de lo común», senteciaba Robles. Ya asomaban algunos rictus de sonrisa, el milagro era una realidad. «Ese pitón que disecó como un bisturí» —palabras de los doctores— no pudo acabar ni con el hombre ni, mucho menos, con el torero.

Entre todos, su hermano Jaime, subalterno, que por la mañana dudaba si colgar para siempre el traje de luces, recibió con gozo una inyección de moral: Juan José ya soñaba con volver a los ruedos.

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