Fermín Spínola fue volteado por el toro de su confirmación de alternativa
rosario pérez / madrid
Jornada militar. Soldados en la calle y en el ruedo. Si por la mañana hubo aplausos mayúsculos para regulares y legionarios y abucheos para Zapatero, por la tarde los vítores fueron para México en la Corrida de la Hispanidad. Fermín Spínola fue el triunfador con un buen y serio conjunto de Valdefresno, que lidió varios toros de nota alta. Los pitos se los llevó también un presidente, pero no el de España, sino el de la Monumental, el señor Trinidad. Los tendidos se encresparon cuando no devolvió al inválido y manso primero, que intentó saltar dos veces las tablas ante la cara de pánico de los ocupantes de burladero. No era para menos: ¡menuda arboladura lucía! Luego apenas echaron cuenta de la faena del confirmante azteca, por encima de un ejemplar con calidades aunque sin fuerzas. Ahí quedaron un par de rondas al natural de fantástico corte. Se colocó con verdad y fue aupado en una tremenda voltereta, por fortuna sin consecuencias.
Pero lo mejor llegaría con el importante quinto. Exhibió su clásico concepto desde el principio por bajo y se esmeró por agradar con autenticidad y temple mexicano. De purísima y oro y con toreo puro, sorbo a sorbo exprimió los viajes y dejó notabilísimas series, como una diestra de pulso milimétrico, enlazada a un despacioso cambio de mano. Sabedor de que estaba conquistando el corazón de Madrid, Spínola extendió los brazos en triunfal gesto y se volcó en la estocada, pero cayó baja. Lástima, porque lo que era una oreja de peso se quedó en vuelta al ruedo. México volvía así a pisar fuerte en Las Ventas.
A Frascuelo le tributaron una sonora ovación nada más disgregarse el paseíllo. Otra se ganaría con un valeroso quite a cuerpo limpio frente al cinqueño «Cigarro». El prólogo con muletazos de aroma añejo desató los oles. No se lo pasó cerca, pero emanaba distinto sabor. Cuando se despojó de las zapatillas y citó al toro, aquello fue el acabóse —¡cómo lo quiere y espera el sector «duro»!—. «Cigarro» desprendía bocanadas de estupendo son y el veterano madrileño se las fumó en derechazos, naturales y un improvisado molinete. Siempre con torería. Pero pinchó y se evaporó la posibilidad de oreja con un toro de puerta grande. Repitió el cuarto, con el que se esforzó en toreros retazos hasta donde dio de sí su alma, de sesenta y tantas primaveras.
Andrés Palacios toreó con primor a la verónica a «Lironcito» —nombre grabado en oro por Enrique Ponce en la historia de esta plaza—. En la muleta dejó pasajes con gusto a ambos,
No hay comentarios:
Publicar un comentario