por Carolina Baquero
Hoy es un día triste para el mundo taurino colombiano, pues se ha ido uno de los mejores cronistas taurinos que ha tenido la historia de Colombia, Don Ramón Ospina.
Quienes deseen acompañar a su familia a partir de hoy a las 7 p.m en el Cementerio Campos de Paz, Sala 8. El día de mañana se celebrará una misa a las 10 a.m en el templo del mismo Camposanto.
A continuación, queremos compartir un artículo escrito en el diario El Colombiano, sobre la historia de Don Ramón:
RAMÓN TIENE CASTA, PERO NO EMBISTE
Se despedirá en la corrida de mañana, la última de la Feria de La Macarena.
El narrador taurino dejará los micrófonos tras 55 años de carrera.
Por
John Saldarriaga
Medellín
Mirando los ojos del novillo criollo que lidiaba en la Plaza de Toros de Titiribí, Ramón Ospina Marulanda tuvo unas visiones que lo obligaron a cortarse la coletilla, muy a pesar de sus pesares.
Era el final de una corrida normal, en la que había sacado buenos pases al ejemplar, se había defendido de sus patas -”más peligrosas que sus pitones”-, había arrancado aplausos a la concurrencia… cuando vio en el aire las figuras de sus dos hijas recién nacidas, Miriam y María Eugenia, y la de su esposa, Eufemia Macías. Y una sarta de inquietudes invadieron su mente: “si este torito me engancha y me mata, dejo en problemas a una viuda muy joven, con dos hijas apenas para levantar”.
De modo que sacó adelante la faena como pudo, salió de la plaza y cuando llegó a casa ya tenía tomada la decisión, que comunicó a Eufemia: “¡no vuelvo a torear!” Y ella, que nunca había manifestado objeción alguna en contra de esa actividad, sintió un alivio que expresó con dos palabras: “¡me alegra!”
Corría 1952 y Ramón llevaba cinco años como novillero. Cinco años de lidias porque en Colombia no había ganaderías de toros bravos ni afición a la fiesta como para pensar que viviría de torear. Por eso, en ese tiempo, en Manizales, había tenido que vender flores artificiales que fabricaba su entrenador, Melanio Murillo.
Debut
Pero así como ganó, perdió. Su afición por los toros puso una vez a peligrar el mercado cuando apenas había colgado el capote. Llegaba la Feria de Manizales de 1953 y Eufemia lo veía dar paseíllos de un lado a otro de la casa, como toro encerrado. No tenía dinero para ir. Ella no aguantó más y le dijo: “use la plata del mercado, mijo, y váyase para la Feria que eso es lo suyo”. Y él así lo hizo.
Viajó con Hernán Restrepo Duque, entonces otro joven inquieto, con cierta experiencia en radio.
A las dos de la tarde, el narrador titular de Caracol, Fernando Aceros, no llegaba a la Plaza -y por cierto, jamás apareció; no volvió a saberse de él “hasta el Sol de hoy”-, y el coordinador de transmisión les dijo: “uno de los dos tendrá que narrar la corrida”. Ramón sugirió que Restrepo Duque sería el más indicado, por su experiencia, pero éste escurrió el bulto diciendo que el más aficionado a los toros era su amigo y que por él estaba en Manizales. Y, con susto, claro, Ramón Ospina Marulanda debutó como narrador. “¡Lo han hecho muy bien!”, les dijo el hombre al final de la tarde. Y les dio lo que tenía previsto pagarle a Acero.
Como comentarista taurino ya había debutado hacía tiempos. En La Lanzadera, el periódico de Coltejer, publicaba dos páginas sobre el tema -con las que se “cuadraba el sueldo de trabajador, pues me pagaban cuatro mil pesos por cada una”, desde 1946. Y había empezado, con el mismo Restrepo Duque, un espacio radial llamado Rehilete -que quiere decir banderilla-, en Ecos de la Montaña, 790 A.M.. “Qué curioso -comenta, con el capote al hombro-, la última emisora de mi carrera radial es Múnera Eastman Radio, también 790 A.M.”
Aprendió a ver la corrida desde el toro; por eso, en 54 años de narración, ha hecho carrera su frase ¡donde está el toro está la corrida! “En la fiesta brava, los toreros son pasajeros; lo único eterno es el toro”, dice con esa voz terrosa que creó afición.
Altar
Lo cierto es que haber salido del ruedo no le significó la desaparición del riesgo. Recuerda que un día, narrando en La Macarena, después de una mala estocada y un peor descabello de un matador, un movimiento fuerte del toro hizo que la espada se saliera del morrillo y volara por encima del redondel, por encima del callejón y por los aires del tendido y Ramón, sin soltar el micrófono, debió esquivar el acero, que fue a dar contra el brazo de una niña -”que hoy es abuela”-, quien fue atendida en la enfermería por una herida leve.
Por eso, para que no le pase nada, Ospina Marulanda, El Insobornable, desde los tiempos de novillero hasta hoy, tiene su altar. En la pared junto a su cama, entre otros cuadros religiosos y de toreo, hay tres fundamentales: de las Vírgenes de La Macarena y del Rocío y del Cristo del Gran Poder. A esas tres figuras divinas se encomienda antes de salir a la plaza.
Recuerda que ese apodo, El Insobornable, es de Pablo Emilio Becerra. Este hombre de radio, le dio a escoger entre tres apelativos. Los otros dos eran largos y difíciles para la audiencia, de modo que Ospina se quedó con éste que, por cierto, no cayó muy bien entre algunas personas de los medios de comunicación, pues suponían que más que nombrarlo a él insinuaba algo anómalo de ellos.
Último tercio
Cansado de dar capotazos, Ramón cuelga la manta en un burladero y dice: “dónde está mi pie izquierdo”, refiriéndose a su bastón, que lo dejó por ahí, haciendo de hipotenusa contra el redondel.
Su abdomen se aplasta contra las tablas. Da unos pasos hasta el palco de transmisión número 18 y aunque una rodilla desgastada le ordena que no suba la alta escala hasta el sitio en el que el locutor puede ver la corrida, éste le desobedece y sube.
Estas, las de salud, son dos de las razones que Ramón Ospina Marulanda esgrime para justificar su retiro del micrófono.
Pero uno intuye, por su conversación, que si bien por una parte vive agradecido con Múnera Eastman, por otra los agravios recibidos por parte de personas que él ayudó a formar en asuntos de crónica taurina también han hecho mella en él y son parte de los motivos.
“Rencor? No, con nadie: yo soy de casta pero no embisto”, asegura El Insobornable.
Ayuda al lector
Carlos Alberto recibe su legado
Una de las satisfacciones de Ramón Ospina Marulanda es que su hijo, Carlos Alberto, haya seguido sus pasos. Lo ha ido formando como cronista taurino y prestándole el micrófono.
Dice que si aparece alguna propuesta para hacer televisión, la hará, pero que en radio ya cerró su ciclo.
El Insobornable ha sido influencia para varios a su alrededor: la mayor de sus ocho hijos, Miriam, transmitió a su lado en fiestas de la Costa, aunque se retiró. Dos hermanos de Eufemia fueron toreros: Blanca Macías, que se hacía llamar Rosarito de Colombia, y Gustavo, Chiquilín.
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