Se ha consumado el final. Al doblar el último toro lidiado en la Monumental de Barcelona, una espesa capa de tristeza invade la Plaza
ANDRÉS AMORÓS / barcelona
Serafín Marín se arrodilla y recoge un puñado de arena, llorando. Aunque José Tomás y él salen a hombros, por haber cortado cada uno dos orejas, la sensación de desolación es absoluta. Los areneros se hacen una última fotografía. El público invade el ruedo, desplegando pancartas. Los toreros señalan a los tendidos... Como última reacción, la plaza entera clama, unánime: «¡Libertad!»
«Libertad» es una hermosa palabra, una aspiración permanente del ser humano: «Libre nací y en libertad me fundo», proclama Gelasia, la pastora cervantina. Pero escuchar a miles de personas, en una democracia, reclamando la libertad que unos políticos sectarios les han arrebatado es algo que acongoja. ¿Sabrá reaccionar este pueblo?...
Con hondo pesar hemos asistido a la última —¿por ahora?: ya lo veremos— corrida en la Monumental de Barcelona: un velorio, un funeral, un absurdo sinsentido. El mejor resumen me lo da don Gregorio Corrochano, en ABC, el 18 de agosto de 1934, al ver caer a Ignacio Sánchez Mejías. Lo titula escuetamente «Luto», sin más: «Luto en la capa negra de los negros toros de lidia. Luto, con trasparencia de gasa, en la chaquetilla de los toreros. Luto en el negro pelo de las mujeres que van a los toros. Luto en los capotes de los lidiadores...»
Esplendor el sábado
En la corrida del sábado, el esplendor del arte, con grandes faenas de los tres diestros, parecía nublar el final inminente. En la del domingo, en cambio, aunque la expectación es máxima, la sensación general ha sido de desaliento: como un funeral cuyos ritos se prolongan mucho; aceptada ya la tragedia, la familia del fallecido desea retirarse a descansar...
No ha sido lo más importante el desarrollo artístico de la tarde sino su triste significado. Recordemos, en todo caso, los datos. La corrida de El Pilar ha decepcionado: varios toros, justos de fuerzas, apenas se pican; tercero y cuarto, muy flojos; los dos últimos, con genio; se ha salvado, para el torero, el segundo, que se ha dejado mucho.
En el primero, fiel siempre a su estilo, Juan Mora intenta desmayar los lances de salida, dibuja verónicas de buen estilo. El toro mansea, es flojo, pero se mueve mucho. Los doblones iniciales, rodilla en tierra, son primorosos. Disfruta el diestro toreando por la derecha con solemnidad. Los naturales salen más sucios porque, con este estilo, se manda poco. Tarda en matar.
El cuarto flojea demasiado, la gente se impacienta. En cuanto le baja la mano, se cae; a media altura, protesta, puntea. Dibuja buenos derechazos pero el toro se queda a mitad del muletazo. Faena compuesta, sin brillo. Como lleva la espada de verdad, cuadra y mata eficazmente.
Reaparición del ídolo
Al brillo de la fecha se une la reaparición en Barcelona de José Tomás, ídolo de esta Plaza. El segundo toro, flojo, apenas picado, resulta muy manejable pero transmite poco. La emoción la pone el diestro con su quietud: muy buenas verónicas, ganando terreno hasta el centro; quite por delantales y media. Corre bien la mano en excelentes naturales, deslucidos por algunos enganchones y por las caídas del animal. Encadena, con apuros, emocionantes molinetes. Mata con decisión y la pasión se desborda; hasta la alguacililla corta el rabo, que debe devolver, porque se han concedido sólo las dos orejas.
El quinto mansea, es más deslucido. Lo recibe haciendo el poste y no lo sujeta. Le aclaman sólo por el gesto de echarse el capote a la espalda: gaoneras de compás abierto, muy quieto. Brinda al público. La faena es desigual, con el signo del aguante más que del dominio. Al final, el toro se para y se desentiende. Remata con estatuarios, haciendo el poste, y doblones apurados, que provocan un ¡ay! Pincha un par de veces, antes de la estocada. Le hacen saludar clamorosamente desde el centro del ruedo y lo agradece, aplaudiendo él al público.
«Libertad» en el capote de Serafín Marín
Sale muy dispuesto Serafín Marín, con un capote novedoso, jaspeado en varios colores, con la inscripción «Libertad». El tercero es muy poquito toro, se viene abajo: faena voluntariosa pero irregular.
Le toca el triste privilegio de matar el último toro de esta Plaza, con genio, deslucido. Aguantándole mucho, consigue muletazos largos, templados, sin dejarle irse. Remata con unas impávidas manoletinas, y una gran estocada, entrando muy lento, que pone en sus manos las dos orejas. Es el final.
Después de una corrida maravillosa, preguntábamos, el sábado: «¿Cómo puede morir este arte?» No muere: lo asesinan, en Barcelona, por puras razones de separatismo político y cultural. Ésa es la verdad pura y simple, sin hacer literaturas.
Salimos de la Monumental, por última vez, con el luto en el corazón: luto por tantos buenos aficionados barceloneses. Luto por Cataluña. Luto por una España en la que pueden suceder cosas como ésta. Y luto por la libertad, esa hermosa palabra, esa aspiración de cualquier ser humano. Luto
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