Rafaelillo mucho más allá de su compromiso, pues arriesgó la integridad ante los peligrosos mansos de Miura
ANDRÉS AMORÓS
Vuelven los miuras a Bilbao, después de nueve años: abren —no cierran, como antes— los festejos de a pie, en tarde borrascosa. Desgraciadamente, su comportamiento —no su estampa— decepciona, impide el lucimiento.
La seriedad de los festejos comienza por la base de todo: el toro. Los taurinos hablan del toro de Bilbao: grande, escogido, lo mejor de la camada. A la entrada del coso sigue impresionando la cabeza del toro de Samuel que aquí mató Ponce... Escribía Corrochano, en 1920: «Ya sé que pesa mucho la Feria de Bilbao». Y Cañabate, cuarenta años después: «Bilbao es una de las Ferias de más tronío de España».
El primero, sardo, de estampa antigua, embiste cortísimo, no pasa. Padilla, curtido en mil batallas, se defiende con el capote; banderillea con oficio; aguanta coladas con la muleta y se lo quita de encima.
Salta el cuarto contra tablas y contra el caballo. Arranca Padilla ovaciones con los palos; con recursos, consigue algún muletazo. Mata a cambio de un pitonazo en el pecho: primera ovación de la tarde.
Devuelto el flojo segundo, el sobrero de La Campana, castaño, cinqueño, embiste más alegre. Rafaelillo lo cuida en la muleta pero el toro también se derrumba. Rayos y truenos, en el cielo y en boca de algunos espectadores. Mata a la tercera.
Se pelea con el quinto, que embiste a topetazos y lo lanza por el aire. Con el toro ya parado, se aplauden sus alardes de valor. Le gritan: «¡Con dos...!». Por reflejos y oficio, se salva de la cornada. A toma y daca, consigue la estocada a la segunda.
Raúl Velasco sustituye al herido Serafín Marín. (Confirmó hace poco la alternativa en Madrid, causando grata impresión). Flojea el tercer miura, mientras jarrea, la gente huye. En el tercer muletazo sufre ya Velasco una fuerte voltereta. Su oficio y ganas se estrellan con otro miura sin recorrido.
Devuelto por flojo el sexto, lancea con gusto Raúl al sobrero del Marqués de Domecq . En el segundo muletazo, lo desarma de un gañafón. Saca peligro claro el toro. Se la juega de verdad Velasco con un toro que no lo merece. Está más que digno y mata con guapeza.
Cada uno a su manera, los tres espadas se han justificado, con toros deslucidísimos. Muchos aficionados —yo, desde luego— sentimos debilidad por la singularidad de presentación y comportamiento de los miuras. Por eso, cuando fallan, la decepción es mayor: hoy, flojean y se paran. La espectacular carrocería no sirve si falla el motor.
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