jueves, 18 de agosto de 2011

Cagancho, ídolo y leyenda



EL VITO

México ha reconocido a muchos de los grandes toreros españoles, pero a pocos los ha convertido en ídolos de la afición. Ellos, los idolatrados, han sido Chicuelo , Cagancho, Manolete , Paco Camino y El Niño de la Capea, toreros que siguieron los pasos de Antonio Montes, que fue borrado de la lista de los vivos cuando Matajaca de Tepeyahualco lo mató en El Toreo de La Condesa, la vieja plaza de la Ciudad de México.
Fue Montes uno de los antecesores a la revolución de Juan Belmonte, por su estilo estático. Nos contaba el gran aficionado el doctor Joel Marín, que fue en la época de Antonio Montes que en México se formó la peña taurina La Porra, grupo de buenos y exigentes aficionados que alcanzó relevancia durante muchos años, y que se acomodaba en tendido sol pegado a la división con sombra, en El Toreo de La Condesa, al lado derecho de la Autoridad.
En un principio lo formaron profesionales, entre ellos Joel quien además de aficionado práctico era dentista. Este grupo desapareció al inaugurarse la Plaza México en 1946, y la Monumental fue invadida por la Contraporra, o la Porra Libre que lanza su grito al sonar las primeras estrofas del Cielo Andaluz al momento de hacer el paseíllo los toreros.
El gran ídolo del toreo mexicano ha sido, sin lugar a la menor duda, Silverio Pérez, que compitió en el afecto del público, con el creador tapatío Pepe Ortiz. Mientras Ortiz y Silverio disputaban el afecto con la emoción y el arte, Lorenzo Garza, el tempestuoso regiomontano, competía el dominio de “Armillita”. No tenemos noticias que Rodolfo Gaona llegara a provocar idolatría, por lo que leemos en las reseñas de la época que era poco querido del público de sombra y su competencia con la simpatía de Juan Silveti, acabó por restarle simpatías.
Entre los españoles está el caso de Joaquín Rodríguez Ortega Cagancho, un torero indescriptible: que es decir un torero indefinible. No cabe Cagancho en ninguna definición, nadie dio la medida de su toreo. Ni Cossío ni Corrochano, que tanto lo vieron, aunque éste último pintó al sevillano con una frase, al decir que era "la talla de Montañés ", pero aún así no describe su toreo sino al torero, Fue una estatua, pero viva; perfecto en sus dimensiones físicas como torero y que sabía caminar a los toros como nadie lo ha hecho. Otro torero que les supo caminar a los toros fue Domingo Ortega, pero de qué distinta manera.
La familia del diestro cañí y la de Gitanillo de Triana eran muy cercanas, compadrearon, ellos se decían primos; lo cierto es que en lo que sí fueron cercanos fue en su andar taurómaco, hasta la desdichada muerte de Curro Puya.

Para la temporada 1928-1929 Eduardo Margeli lo contrata y lo presenta en El Toreo el 2 de diciembre de 1928 con Armillita Chico y Heriberto García, toros de La Laguna que por sus características llegaron a ser "sus toros", aunque también triunfó con San Mateo, Torrecilla, Piedras Negras, Zotoluca y otros.
El diestro impecablemente vestido de verde y oro alcanzó con el cuarto ejemplar Merenguillo de nombre, su segundo, un gran triunfo cortando orejas y rabo y caso insólito, al día siguiente en los sitios destinados a las carteleras anunciantes de los espectáculos taurinos, se colocaron una que decían VIVA CAGANCHO. Ya desde su presentación era ídolo del público mexicano.
En el año de 1944 Cagancho fue invitado a una cena y lo colocaron al lado de don Alfonso Caso, Rector de la Universidad e integrante del grupo conocido como "los siete sabios”. Especie de don Arturo Uslar. En la mesa estaba un aficionado, admirador o amigo de Cagancho, que encara con el gitano y le dice: "me he enterado que te van a pagar muy buen dinero en la corrida en que reapareces" y Cagancho muy serio le contesta "muy buen parné", "muy buen parné", repitiéndose la escena o diálogo dos o tres ocasiones. Intrigado el Rector se dirige al matador y le suplica, ¿puede explicarme, qué es eso de buen parné? el diestro lacónicamente le repetía "pues eso, muy buen parné" hasta que después de un rato le indica la cifra de los honorarios, el Rector, casi grita: ¡Qué barbaridad yo dirijo una muy importante casa de estudios con miles de estudiantes y de profesores, así como funcionarios y empleados, acabo de resolver un grave problema creado por el anterior Rector y en un año no gano la cantidad que usted percibirá por una tarde, qué digo, en más o menos una hora no sé qué hacer o decir!; a lo que Cagancho muy flemático le respondió: Pues ná don Alfonso a toreá, a toreá.

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