viernes, 15 de julio de 2011

PAMPLONA Terrible cornada a Juan Mora

Dos orejas para El Juli y dos cornadas a Juan Mora en la última corrida de los Sanfermines


ANDRÉS AMOROS

La Feria del Toro termina con tragedia: cornada grave de Juan Mora. Y con triunfo: El Juli abre de nuevo la puerta grande al cortar dos orejas. El percance del extremeño sucede en el cuarto toro de Núñez del Cuvillo, «Barrilero», castaño, cinqueño, de 580 kilos, serio y enmorrillado. El dramatismo se acrecienta porque era previsible: al recibirlo con el capote, había sufrido ya un pitonazo, daba la impresión de que el diestro no estaba en condiciones.

Tiene Juan la costumbre de desmayar la mano, desde los primeros lances. Eso resulta estético pero no ayuda a dominar al toro. En este caso, casi nadie ha advertido que la res le había dado un pitonazo seco, en la zona del escroto. Al concluir la serie, el diestro se ha retirado a la barrera cojeando, con claros gestos de dolor. Sale de nuevo, con la taleguilla remendada, y se le ve inseguro: sufre un desarme; poco después, cae en la cara del toro. Felizmente, le hacen el quite. El toro ha manseado, se defiende. Se empeña Juan en continuar: dibuja preciosos doblones, rodilla en tierra, y un molinete para salir del trance. Al intentar un pase de pecho, es corneado por detrás. La impresión es de herida grave.
Se trunca el sueño

Se trunca así el sueño que está viviendo Juan Mora esta temporada. Su famosa faena de Madrid le ha abierto de nuevo las puertas para las Ferias. Sin triunfos clamorosos, está dejando constancia de su torería clásica. A Pamplona vuelve hoy después de catorce años: en el toreo, toda una vida. Su primero se deja pero es flojo, parado, se queda corto. Luce Juan sus buenas maneras en los delantales de recibo y al iniciar, por bajo, la faena de muleta. El toro se queda a mitad del pase: no hay nada que hacer, aunque Mora está valiente y porfión. Con el estoque de verdad dispuesto, como acostumbra y es de elogiar, mata con habilidad de media estocada. La primera parte de la corrida ha sido desastrosa. Los toros de Cuvillo, tan apetecidos por las figuras, han sido un fiasco; están aceptablemente presentados, en escalera (más de cien kilos de diferencia), bien armados pero su comportamiento es nulo: parados, mansos, apagados...

El primero del Juli, «Aguador», con pitones, el más rápido en el encierro, sale con muchos pies, empuja codicioso en la primera vara y se viene abajo. Julián lo prueba, firme, pero es imposible arrancar muletazos a un marmolillo, ni metiéndose entre los pitones. Para colmo, se echa y, como no hay manera de levantarlo, hay que apuntillarlo.

El desastre total continúa en el primero de Castella, manso (intenta saltar la barrera), noble, flojo, se quiere ir a chiqueros. Se deja pero sólo tiene media arrancada. Y el colmo: en plena faena, se desentiende de la muleta y del torero. A estas alturas de la corrida, la reflexión es terrible: buscando el toro que «se deje», hemos caído en esto.

Cambia la cosa en el quinto, muy veleto, con dos «velas» tremendas. Lo cuidan en varas y se mueve, embiste con largura. En el centro del ruedo, El Juli lo domina totalmente: liga los muletazos por los dos lados, remata con pases de pecho, encadena circulares completos con cambios de mano, impávido; se adorna con trincherillas. Entra con decisión: aunque la estocada es defectuosa, el clamor popular exige las dos horas. Cierra así triunfalmente su Feria.

El sexto es el más grande, un hermoso toro, que empuja al caballo y luego flojea. Mete bien la cabeza al principio pero pronto se apaga, se defiende. La faena es intermitente, con algunos enganchones.
«La suerte y la muerte»

No es un tópico sino la realidad de la Fiesta: sangre y triunfo. «La suerte y la muerte», decía Gerardo Diego. Pero, para eso, hacen falta toros encastados, no animales que «se dejen». Lo escribió en Pamplona, hace años, alguien tan poco tremendista como Antonio Díaz-Cañabate: «La Fiesta no es inhumana pero tampoco cómoda. Humanizarla es exponerla en un plazo corto, pero sí fatal, a su desaparición. Para que la Fiesta subsista con la misma fuerza es menester criar el toro bravo, íntegro en su fiereza. Lo demás es un remedo, una parodia triste y monótona».

Así ha sido siempre la Fiesta, así tiene que seguir siendo. Su grandeza se basa en el dominio del toro y en la sangre de los valientes

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