La corrida de Cebada Gago no ha respondido, por desgracia, a las expectativas que este nombre despierta en
ANDRÉS AMORÓS
Día 09/07/2011
La corrida de Cebada Gago no ha respondido, por desgracia, a las expectativas que este nombre despierta en Pamplona. Sólo el empeño de David Mora, sus buenas maneras y su arrojo al matar al último han conseguido un final feliz para una tarde muy gris.
David Mora quiere ser torer
En el encierro de hoy, han sido heridos dos jóvenes venidos de tierras lejanas. Anteayer, otros dos se lesionaron al tirarse desde lo alto de la Fuente de la Navarrería (ahora lo llaman «fuenting»). Es el coste de la masificación actual. Y de que España se haya convertido, para muchos, en la meca del botellón...
Atribuyen algunos a Hemingway el mérito pero también la culpa de la internacionalización de los Sanfermines. En Pamplona se le recuerda ahora, en el cincuentenario de su muerte: un pañuelo rojo adorna su estatua, a la entrada de la Plaza; el día 10 premian como «Guiri del año» a su nieto, John Patrick.
Hemingway descubrió, en el coso de Pamplona, «ese sentimiento de la vida y de la muerte que yo andaba buscando». Volvió aquí, por última vez, ya mayor, decadente, en el «verano sangriento» de 1959. Entonces lo conocí yo. Se inventó una novela sobre Luis Miguel y Ordóñez, que deshizo taurinamente don Gregorio Corrochano. Dos años después se suicidó: lo enterraron el día de San Fermín de 1961. Estoy seguro de que algunas cosas de la actual fiesta le gustarían poco...
Las reses de Cebada Gago no tienen el trapío de otras corridas pero sí seriedad y muchos pitones. Además, han manseado mucho y dado pobre juego.
«Marquitos» llaman aquí a Francisco Marco, estellés, el único matador navarro en activo. El público, siempre olvidadizo, no ha recordado que, en la pasada Feria, un toro estuvo a punto —el mundo al revés— de cortarle una oreja al diestro. La oportunidad que se le brinda hoy, para una carrera con escasos contratos, resulta no serlo. El primero, muy flojo, se cae varias veces, levantando protestas. En la muleta, embiste rebrincado, con la cara alta, se defiende: consecuencias, todas, de su falta de fuerzas. El diestro está digno, reposado y mata con facilidad: no cabía más.
Ídem de lienzo —diría un castizo— en el cuarto, con muchos pitones. Pica muy bien el joven navarro Juan Manuel Sangüesa, moviendo al caballo y midiendo el castigo. Pero el toro no vale nada: busca, se queda corto, se para. Intenta Marco enseñarle a embestir sin conseguirlo. No ha tenido más opciones.
El paso definitivo
Morenito de Aranda lleva años apuntando: ¿dará hoy el paso definitivo? Con estos toros, desde luego, imposible. En el segundo, brilla en verónicas pero el toro espera, se queda muy corto, se acaba enseguida. Dos desarmes deslucen el trasteo, mal rematado.
El quinto, muy levantado de pitones, embiste sin celo, sin clase, suavón. Insiste Morenito en naturales aceptables pero sin emoción. Mata mal. Resultado provisional: cuatro toros y cuatro silencios (si al barullo incesante de Pamplona lo podemos llamar silencio).
A David Mora le vi, hace poco, cortar una merecida oreja en Las Ventas con su toreo clásico. Tiene hoy más fortuna en su lote pero también la busca. En el tercero, brilla en verónicas de compás abierto; baja bien la mano en pulcros derechazos y naturales pero el éxito se esfuma porque el toro tarda en caer. Resulta herido en el gemelo y pasa a la enfermería, aunque sale a lidiar el sexto.
Más completa es la faena del último, en la que luce sus buenas formas clásicas: le da distancia, corre la mano, liga los naturales. Es herido en la axila al matar, muy recto, y, aunque el toro se amorcilla, corta una merecida oreja. Mi vecino sentencia: «Quiere ser torero». Desde su soñado paraíso taurino, con casas independientes para sus mujeres e hijos, plaza de toros y abono de barrera, estoy seguro de que Hemingway le da la razón y de que sueña con irse a celebrarlo, a Casa Marceliano o a Las Pocholas, para seguir pontificando, con los amigos, sobre los toros, la vida y la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario