ANDRÉS AMORÓS
Abce / SANTANDER
El público de toros —fiel reflejo del carácter nacional— tiende a la exageración, no suele caracterizarse por el juicio ponderado, ecuánime. La pasión es hermosa pero suele nublar el juicio certero. Una vez más, lo vemos esta tarde, con las reses de Bañuelos, «los toros del frío».
Los dos primeros son bondadosos pero justos de fuerzas. César Jiménez y Daniel Luque los torean aceptablemente, matan pronto... pero no consiguen trofeos. ¿Por qué? Porque las faenas deben tener unidad, plan, estructura; no pueden ser un conjunto deshilvanado de series desiguales. En diestros como estos dos, que saben torear, creo que es un problema de cabeza, de entender mejor al toro y organizar la faena.
El tercero se lesiona durante la lidia, queda claramente cojo, se derrumba una y otra vez: un inválido total. No puede hacer nada Rubén Pinar (el único diestro que repite en esta Feria, por ser el triunfador de la pasada). El cuarto es otro inválido, que resbala y patina: una nueva modalidad de patinaje o de Tauromaquia. César Jiménez muletea con técnica aceptable pero el toro se desentiende, se raja y se va.
Si España entera vive hoy un momento de gran debilidad (económica, política y nacional), no es extraño que se lidien muchos toros flojos. ¿No recordamos la trayectoria de algunos políticos, que, de entrada, hicieron concebir ilusiones? La falta de fondo, de fuerzas, de casta, demostró que todo era pura apariencia, fotogenia. Pero esto no consuela a los espectadores taurinos, claro.
Y sale el quinto toro. Al comienzo, mansea: lo pican en chiqueros y al relance. En la muleta, resulta de carril. Daniel Luque disfruta con su dulce embestida: detalles garbosos, derechazos ligados, alardes, volviendo la muleta. A mitad de la faena, comienzan a pedir el indulto. Luque no sabe qué hacer, mira a la presidencia, sigue toreando a cámara lenta. Suena un aviso. La petición aumenta: todos queremos vivir un evento extraordinario... El presidente no dice nada. Luque mata rápido pero mal: dos orejas y la vuelta al ruedo al toro.
Creo que el presidente tenía razón. Un toro de carril, para la muleta, no es lo mismo que un toro completo, espejo de bravura, que merezca el indulto. Pero la emoción del momento es contagiosa. Y algunos opinarán que analizar las cosas es falta de sensibilidad...
El último es el único con complicaciones: rebrincado, apagado, se defiende. Rubén Pinar muestra su buen oficio embebiéndolo en la muleta pero sufre un desarme: no cabe lucimiento. Y esta vez no repite la excelente estocada del tercero.
El toro excepcional, el que se merece el indulto, ha de mostrar la bravura en todos los tercios: no basta con que «se deje», en la muleta. Ha de tener fuerza, casta, fiereza, emoción. Si no reúne estas cualidades, será como uno de esos políticos construidos a base de marketing. Algo sabemos de eso, en España
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