El maestro que conquistó el último rabo en Madrid (1972) en una españa invertebrada habla para ABC
ANTONIO ASTORGA
ABC / Madrid
Miguel Berrocal busca la foto y la inspiración llega con «Cigarrón», el atanasio al que Palomo cortó el máximo trofeo, y un capote donde el matador pinta su divisa de ley, el toro bravo. Palomo, a quien las musas le cogen trabajando, como a Picasso, nos abre de par en par su sanctasanctórum y desvela el secreto de su arte.
Aquí me tienen, con más de treinta cornadas, ¡todo roto y todo cosido!
-Tantas como exposiciones desde 1967, doce ferias internacionales, y el eterno retorno a la gloria: sus «Divisas» en Las Ventas. ¿Lo suyo fue una lucha titánica entre la muleta y el pincel?
-Había que tener la cabeza muy bien centrada. La pintura podía esperar, el toro no. Yo tenía que resolver mi vida, la de los míos, y eso me lo daba el toro.
-¿El toreo era una cuestión de supervivencia?
-Éramos imberbes, salvajes y errantes por esas sierras. Buscábamos tentaderos, y que no te cogiera la Guardia Civil. El maletilla ya no existe. Nosotros aprendíamos debajo de las piedras.
-¡Cum laude en la universidad de la calle!
-Hoy, si un hijo mío con nueve años me dice que se va a 40 kilómetros de mi casa, en un tren de mercancías, saltando, bajándose en marcha y luego andando por esas sierras, me hubiera dado un infarto.
-¿Y cómo ocultaba ese pecadillo de juventud?
-No lo podían saber. Teníamos un respeto tan grande hacia la figura del padre que, si se hubiera enterado, me habría dado un guantazo. Era lo normal.
-¿Sonaban las tripas de la picaresca?
-Había un festín siempre cuando llegaban chavales de Valencia o Albacete. Les decíamos que para ingresar en el grupo tenían que pagarse algo de comer, cine o unos cigarrillos. ¡Ya fumábamos todos!
-¿Y de dónde sacó esas primeras perrillas?
-Empecé a trabajar a los siete años con un zapatero remendón. A la semana ganaba diez céntimos de euro.
-¿Tiritaban de hambre y de frío?
-Descalzos, medio vestidos, y no cogíamos ni gripe. Y ahora, que si la fiebre del pepino, tomate... Comíamos un cacho de pan con aceite, y no pasaba nada.
-¿Había celos entre los egos de los matadores?
-Hoy son dignos de admiración los toreros modernos porque se llevan todos muy bien; entonces no.
-¿Gastaban ustedes rifirrafes?
-Dentro y fuera, pero más dentro de la plaza.
-No preguntaban por la mujer ni por los niños.
-Cuando tomé la alternativa, en 1966, no dábamos besos. El que no cortaba oreja salía como una bala.
-Cabreado. Salían con cara de perro.
-Normal. Había una competencia muy grande.
-¿Existían los famosos «sobres»?
-Había unos periódicos y unas emisoras que vendían los espacios a unos periodistas. Los toreros solamente queríamos que dijeran la verdad. Nunca te podían poner un triunfo si tú no lo habías tenido. Ese era el sobre. Hoy hay muchas más profesiones y los sobres son bastante más grandes...
-¿Qué lecciones taurinas le da un padre al hijo?
-No sería muy buen profesor porque lo que yo le puedo enseñar es a que no le pille el toro.
-¿Se tiene pavor a la muerte en el ruedo?
-No. La muerte está presente siempre. Pero tu mayor preocupación es la responsabilidad.
-Y cuando se mira al espejo, ¿qué ve?
-Muy íntegro. El 90 por ciento de mis cicatrices han sido el querer ser íntegro, querer ser el mejor.
-¿Qué recuerda del último rabo en Madrid?
-Había una prensa dura, un tendido agresivo. Me daban por acabado. A rompecalderas, le dije a mi apoderado a las cuatro de la madrugada: «A dormir, que mañana toreo y le voy a cortar un rabo al toro».
-Fue su mejor faena?
-La mejor fue cuando maté mi primer becerro en la Oportunidad de los maletillas en Vista Alegre.
-Menuda faena la que han perpetrado los políticos contra la Fiesta en Cataluña.
-Pues eso, ¡son políticos! No tenía que haber sucedido nunca. Mientras estemos en territorio nacional, todos somos nacionales y la Fiesta de los toros es la Fiesta Nacional, quieran o no. Esa es la pura verdad.
-Maestro, si usted cortó ese rabo a «Cigarrón», no será tan difícil exponer un cuadro en el Prado.
-Es más difícil un rabo en Las Ventas que estar en el museo del Prado.
-¿Llegará ese día?
-Dios solo lo sabe.
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