sábado, 25 de junio de 2011

Dulces embestidas de los toros de El Capea, en la noche de San Juan en Alicante

Foto ALEX DOMINGUEZ

ANDRÉS AMORÓS



En el día grande de la Fiesta, no se llena la Plaza de Alicante pero la nobleza de los toros, con un público muy festero, permite el triunfo de los espadas: salen en hombros El Cid y Castella, corta una oreja Rivera Ordóñez.

La mágica noche de San Juan cristianiza el solsticio de verano y conjuga los cuatro elementos: el fuego y el agua, más la tierra y el aire. En Galicia, las mozas buscan la fertilidad con un baño de nueve olas. En Soria, los mozos brincan sobre las hogueras y pisan las cenizas ardientes. En Asturias, buscan el trébole y la flor del agua. En todo el Mediterráneo, florecen los fuegos artificiales sobre el mar. Esta noche, en Alicante, se queman las Hogueras, después de la última corrida de toros.

Rivera Ordóñez posee oficio y experiencia sobrados, no es diestro exquisito. Al primero, de Zalduendo, abrochado de pitones, lo recibe rodilla en tierra y banderillea con lucimiento. No para de embestir con nobleza el toro. Francisco está más a gusto de lo que últimamente le había visto; consigue, al final, circulares completos y se adorna, mirando al tendido. (El «pecado» del que se acusaba el inolvidable Ángel Luis Bienvenida). Mata discretamente: una oreja.

El cuarto, de Capea, pesa 123 kilos más que el tercero... Su extremada dulzura no molesta al diestro pero no transmite emoción. Rivera insiste, voluntarioso, con un toro que enseguida se para. Acaba a la segunda con el marmolillo.

Sorprende el segundo, de Capea, por su peso, 571, y por barbear tablas. Es un mansote manejable, que se queda algo corto. Lancea El Cid con temple, tantea con la derecha y logra centrarse en buenos naturales. No ha acabado de estar a gusto Manuel Jesús con el toro pero la gran estocada, con muerte espectacular, le otorga una oreja.

Recibe con buenas verónicas al quinto, de Zalduendo. Se luce Alcalareño con los palos. En el centro, El Cid consigue buenos naturales, largos, ligados con el de pecho. Toda la faena tiene el aroma clásico de este torero: se ha reencontrado Manuel Jesús con su mano izquierda; parece que esté probándose él mismo, más que buscando el aplauso del público festero, aunque sigue mostrándose nervioso al rematar las series. Mata rápido: logra la segunda oreja y la salida en hombros.

El tercero, de Zalduendo, está en el límite de peso, 440, pero embiste incansable. Sigue fiel Castella a la verticalidad impávida en chicuelinas y estatuarios. El toro se come la muleta, le permite ligar derechazos y dibujar naturales. Calienta al público con circulares invertidos y desplantes: dos orejas.

El sexto, de Capea, también embiste con dulzura. Saluda Ambel en banderillas. Comienza Castella con sus habituales cambiados, en el centro, sigue con series templadas, por los dos lados, a un toro bondadosísimo, que se apaga pronto. Mata a la segunda.

Concluye la Feria triunfalmente, con dos salidas en hombros. Hemos visto toros bravos, pero de dos ganaderías y muy desigualmente presentados: algunos, en el límite. Los diestros los han aprovechado. Pero ha vuelto a producirse el baile de corrales y me cuentan que la corrida —como otras anteriores— ha estado en grave riesgo de suspenderse.

Aunque triunfen los diestros, una reflexión se impone. Desde Ortega y Gasset, sabemos que las Plazas reflejan la realidad española. Si España ha caído en una profunda crisis nacional —no sólo económica— y necesita una urgente regeneración, lo mismo sucede con la Tauromaquia: empezando por el toro, que es la base de la Fiesta. No afrontar esa regeneración es el mayor riesgo para su supervivencia, más que los enemigos externos. No hacerla supondría pasar de la «ventura» que tuvo el conde Arnaldos, «la mañana de San Juan», a la degradación actual de la Fiesta: del Romancero al botellón.

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