martes, 19 de octubre de 2010

EL RANCHERO



VICTOR JOSÉ LÓPEZ
"El Vito"


Me imagino que si Jorge Aguilar El Ranchero hubiera tenido para escoger una muerte, hubiera sido la que le tocó: Murió en una plaza de tienta, la de Coaxamalucan en Tlaxcala, luego de rematar una tanda de naturales cuando ejecutaba un ceñido, sentido y templado pase de pecho.

Murió El Ranchero sobre la misma tierra tlaxcaltecas que le vio nacer y en una de las plazas de tienta que le lanzó a estrellato taurino.

Conocí a El Ranchero una fresca y hermosa mañana septembrina en la finca de la familia de la Concha, allá en la bellísima Puebla en el tentadero de Zacatepec, al que fuimos invitados por el ganadero Mariano Muñoz. Amplias sabanas que duermen su serena hermosura a las faldas del inquieto y majestuoso nevado en las que pastan las vacas de los Muñoz y donde pastaron las reses de Tepeyahualco antes de ser fundadoras de la ganadería brava mexicana.

Suelo tlaxcalteca muy ligado a la fundación de México moderno, punto intermedio entre el puerto de Veracruz y la gran Tenochitlán.

El señorío del maestro Jorge Aguilar, su singular torerismo, sencillez genuina, afición y por sobre todas las cosas amor por su profesión de torero, han sido una de las codas que más me han impactado en mi vida de aficionado. No olvidaré como picó aquella mañana, antes de que se posesionara el viento de la sabana, las bravas y nobles vacas de Zacatepec. No podría olvidarlo, porque con su sombrero charro tuve el gusto de torear al natural una de aquellas negras amurubadas cubetas, que con su bondadosa bravura nos hicieron creer con Tobías Uribe y mi adorado compadre Raúl Izquierdo, que el toreo podía ser cosa fácil.

En casa de los hermanos Daniel y Mariano Muñoz hay una cabeza de toro disecada. Una sola y no es de Zacatepec. Es de un toro de Aleas al que Jorge Aguilar, El Ranchero, desorejó en la plaza de Madrid. Luces de candil le dieron vida a las sombras aquella noche, cuando todos juntos, reunidos en la hermandad de toreo, escuchamos en boca de Marianito su poema que le había escrito en homenaje a su cuñado, a El Ranchero, torero ídolo de Tlaxcala. Se calló el tañido del cencerro que llama al cruzado de pulque, como se callaron las risas de los felices amigos, al ver cómo rodaba una escondida lagrima por los surcos del curtido rostro del veterano torero. El Ranchero nació en el viejo cascarón de la hacienda de Piedras Negras. Ruina colonial que se atreve a murmurar la historia con el frío viento de la noche. Viento que cimbra los encinillos, como luego se cimbraría la cintura de Jorge al torear llena de sentimiento.

Su presentación en México fue como sería su vida de torero. Fue un reto artístico con Joselito, el recio ídolo novillero. Era Jorge la sombra en la suavidad silveriana, filigranas de las que inmortalizaron a Pistachero, Raspinegro, etc. Su padrino en la alternativa fue el lusitano Manolo dos Santos, la tarde del 28 de enero de 1951.

Tal como era para la amistad lo fue para los toros: seco, sin adornos, pero con ligazón, seriedad y verdad. Entre sus muchas tardes de gloria, aquella cuando inmortalizó a Montenegro en San Mateo toreando con Juanito Silveti, otro grande muy querido por los aficionados de Tlaxcala. Fue El Ranchero torero de México para España, en la temporada de 1953 toreó más de 40 tardes, incluyendo fechas en Sevilla y tres en Madrid.

Le dijo adiós a la taleguilla en la Monumental de México, con Joselito Huerta y Chucho Solórzano, cortándole un rabo a Forzado de Mimiahuapan el 11 de febrero de 1968; diecisiete años de torero, llenando de sentimiento toda aquella tierra ganadera de Tlaxcala para las que ha sido la gran figura que ha tenido la gente de Tepeyahualco, Coalxamalucan, Piedras Negras, La Laguna, La Trasquilla, Ajuluapan, Zotoluca, Zatatepec, y todos esos hierros curtidos sobre los serenos parajes que pisaron de ida y de venida, con sus encomiendas llenas de historia, la gente que hizo el México antiguo y el México de ahora y que siguen haciendo la ganadería de Tlaxcala.

Jorge Aguilar, Ranchero, murió como quisiera morir un torero; por ello me alegro de su muerte, pero siento la pena en mi amigo Mariano Muñoz, su cuñado. Siento el dolor que su premura desaparición debe haber causado en el seno de su precioso hogar; siento pena porque la fiesta ha perdido alguien que la amaba de veras.

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