Por EL VITO
Pregunta
que nos hacemos porque a través de los años ha sido una cuestión polémica la
de saber quien en es “el mandón” de la Fiesta.”
Vale decir que José Tomás, por imponerse en la Corrida de la Guadalupana. Desbarató el orden de antigüedad de sus compañeros de cartel y echó de la plaza al periodismo taurino y a la todopoderosa televisión mexicana.
Vale decir que José Tomás, por imponerse en la Corrida de la Guadalupana. Desbarató el orden de antigüedad de sus compañeros de cartel y echó de la plaza al periodismo taurino y a la todopoderosa televisión mexicana.
¿Había
ocurrido algo parecido anteriormente?
Ni a
Gallito ni a Belmonte se le habrían ocurrido semejantes imposiciones. Mucho
menos hacer lo que ha hizo Tomás y hacerlo en otro país, un país tan nacionalista como México, que presume de
exigir respeto a su auto determinación como nación .
Al
desconocer la letra del Reglamento por razones inconfesables; por el puro
gusto de satisfacer las exigencias de un torero, es un reconocimiento tácito a éste. Es ponerle
en el fundón de espadas el poder del bastón de mando.
Mandones
los hubo. No cabe duda. Uno fue Rafael Guerra “Guerrita”, que impuso protocolos en la fiesta. Hasta que
llegó don Luis Mazzantini que por sus
huevos se impuso a la tradición y voluntad de los ganaderos, que ordenaban cómo
debían de lidiarse sus toros.
Don Luis enfrentó al Califa con determinación y lógica
e impuso el sorteo de los toros. Además logró incrementos en los honoraros de
los matadores y, aunque usted no lo crea, esa acción de este guipuzcoano, hijo
de italiano y de vasca, fue respetado y agradecido por dos leyendas sobre
quienes en un momento dado fueron columnas sobre las que se sostuvo el toreo:
Frascuelo y Lagartijo.
Mazzantini
alternó con Salvador y Rafael los últimos años de su vida y fue respetado por Rafael Guerra Bejarano “Guerrita”, que públicamente
lo exaltó “por atreverse”.
Y atreverse
es importante en la fiesta de los toros.
En
Venezuela, donde vivimos una época yerma
en el toreo, donde por razones inexplicables y hasta milagrosas han surgido de
la chistera de algún mago maravilloso dos toreros. Lo han hecho como crecen las
flores en el desierto de Atacama: abonadas con el misterio de los milagros de
la creación.
Manolo
Vanegas y Jesús Enrique Colombo, cada uno en años diferentes lideró el escalafón de novilleros en Francia y en
España. Y ambos vivieron la satisfacción de triunfar en Madrid y en Nimes, y
hasta en México saltó Colombo para cortar una oreja en la temporada azteca.
Fíjese
usted, amable y paciente lector por donde salta la liebre. Tras haberle puesto
todas las vallas imaginables oponiéndose
en el camino a las empresas, para organizar lo que a gritos pide la afición,
que no es otra que un mano a mano entre estos dos jóvenes diestros que sin haber
toreado como matadores de toros han dividido con partidarios histéricos su
histórico reciente palmarés. Se pensó, y se dijo públicamente, en imponer un cartel de estructura
extraterrestre: dos rejoneadores, y el debut de un torero como Colombo al que
se espera con desespero.
Motivos.
Les confieso no atreverme expresar lo que oí, por vergüenza.
Es otra
forma de mandar en la fiesta: inmiscuirse.
¿Hay o no
libertad de empresa en Venezuela? … ¿O hay que seguir el dictado que dicta la
modulación en el pentagrama de los intereses de un empresarios al que hay que
someter el interés de la nación hambrienta y desamparada que vive a la espera
de sus toreros?
¿Quién
manda en la fiesta?
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