Montalvo premia a Cayetano y Román con categoría
Dos toros, casi tres, de gran nota marcan la diferencia de la primera corrida del ciclo josefino, que se salda sólo con una oreja para cada uno de los agraciados
Valencia siempre reserva ese rincón microclimático que es su plaza de toros para, incluso en los peores sofocos del verano, conservar una fresca brisa a su sombra. El caso es que no era verano pero como si lo fuera con sus casi 30 grados. Un verano suave para lo que suele ser el verano por esta tierra. Lo grave del coso valenciano es cuando fuera hace frío, como debería ahora. Entonces, dentro se produce un invierno ártico. La cosa de la brisa suele aliviar al público en julio y helarlo en marzo; y enreda a los toreros con capotes y muletas por igual en un mes que en otro. Tal que este domingo a ratos, primera de Fallas. Ambiente bullicioso en la calle y fecha tibia en lo taurino; cartel de interés templado y buena entrada, sorprendentemente. De difícil cálculo, tan salpicada. Siete mil personas, según la empresa.
A las 18.07, más de una hora después del principio, Ginés Marín había hecho lo más torero, concentrado en un alado quite por chicuelinas y un poderoso prólogo por bajo. El quite había sido a un hermoso toro llamado Antojadizo, en el turno de Román. Que se dispuso a replicar, descarándose, con una saltillera cambiada, una gaonera, una remanguillé, un barullete, en definitiva, poco propicio para un toro que tanto prometía y acabó tumbando. Necesitó todo el tiempo de banderillas y algo más el colorado de Montalvo para recuperarse. Dentro de esas notables hechuras y su generoso cuello llevaba el son que había mostrado en el saludo capotero, el son sereno, ahí abajo la cara, colocada hasta el final. Román entendió el respiro y la medida, y en un trío de series -de tres y el de pecho por ronda; la última de cuatro para no mentir- le había dado la vuelta a la tortilla. Las resoluciones ligadas de los pases de pecho avivan la llama. Puede que al toro le faltase para salirse de los vuelos cuando presentó la mano izquierda; puede que también faltara engancharlo más. Pero Román lo solventó pisando el sitio de cercanías, en los terrenos más cerrados, donde más le apetecía al toro. Que siguió obedeciendo a todo. Una estocada, un descabello, la primera oreja de la feria.
Otra más fue para Cayetano, premiado por Montalvo con el toro de mejor nota para el torero, uno de los dos cinqueños -4º y 5º, menudos fueron- que subían el trapío -siempre en buen nivel- con su poderosa presencia. Mensajero lo hacía muy fácil, se abría con calidad, entreverado el toque mansito, muy fijo, muy fino. Rivera -toda la tarde con el chaleco abierto- se arrebató de rodillas para abrir faena y eso encendió al público. Luego, incluso le corrió la mano en unos gramos de naturales bien vaciados, nunca embrocados. Imposibles no se piden a estas alturas. La faena no estuvo a la altura de tan caras embestidas. Cuando se acabó lo que se daba, lo mató con rectitud y el estilo volador que ya ha patentado como propio. Cayó el febril trofeo y pudo caer otro que se pidió con desatado entusiasmo.
Reprís sacó el quinto, Ojovivo, el otro cinqueño, también muy serio, más bajo y revolucionado que su hermano Mensajero. Notas mayores para público y ganadero. Diferente modo de embestir, la repetición de la bravura, esa vibración, ese empuje, también siempre por abajo. Román se resarció de un temerario y accidentado arranque de hinojos -qué importante es la cabeza- del que salió revolcado y el toro resentido de una mano, lesión que acusaría con el transcurrir de la faena. Que desprendió firme actitud. Hasta que perdió el alegre valenciano el sentido de la medida con el toro ya prácticamente quedo, dolorido para seguir repitiendo como había hecho, incluso trastabillado sobre los muñones. La espada acabó de emborronar la labor cuando el personal pedía la hora con insistencia hasta que el aviso asomó. Ocasión perdida.
De los toros que no sirvieron, los dos más negados se reunieron en la bolita de Ginés, otra vez, como sucedió en Valdemorillo con la misma ganadería y también con Rivera en el cartel. Y, aun así, lo suyo concentró la torería que ya había marcado a las 18.07. Incluso apostó con el mazacote tercero, que se lo pensaba y se venía por dentro; el sexto se rajó sin remisión entre detalles y huidas. Resolvió con autoridad con su infalible espada. Como Cayetano con el toro que abrió plaza, deslucidote pero no imposible. Con otra brega menos profusa y una faena menos imprecisa. Todavía faltaban por salir los premios de categoría de Montalvo.