En un epitafio para Antonio Ordóñez debe colocarse, como punto y aparte, el capítulo que en la historiografía del toreo se inició en Ronda con Pedro Romero, maestro a quien se atribuye la fundación de la Escuela Taurina Rondeña; y que se cierra con el retiro de Antonio Ordóñez, ausencia de las plazas y de la vida. Ronda.
De Antonio Ordóñez , que fue Sumo Pontífice del toreo, dicen en Sevilla que él mismo fue su peor y único enemigo, porque la gente cuando se refería Ordóñez, lo hacía refiriéndose a su mal carácter, a su desleal actitud para con sus compañeros toreros, lo que le sumó mucha antipatía.
EN TARDE DE TRIUNFO EN RONDA
No se referían a Ordóñez como torero valiente, cuyo cuerpo reducido a las cenizas en el crematorio, hy que está enterrado bajo la arena de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, está cruzado por las cicatrices que le condecoraban. Su humanidad lucía como un mar de cornadas.
Antonio Ordóñez fue un torero muy valiente y, además fue el último de los clásicos rondeños, es decir el último de los grandes artistas entre los toreros de Andalucía.
No ha nacido desde que Pepe Luis se cortó la coleta, otro artista con esa dimensión.
Ni Romero o Paula, tampoco Morante, alcanzan la dimensión universal de Antonio Ordóñez.
El pueblo andaluz, pueblo imaginativo como ninguno, se dio a la tarea de inventar mitos para su mitología huérfana de dioses. No entendió la presencia vida del dios del toreo, del príncipe de los toreros como lo llamó Gregorio Corrochano en aquella crónica que relata la faena en Madrid, al toro de Atanasio Fernández, que el rondeño le brindó al Príncipe de Asturias, don Juan Carlos de Borbón hoy víctima de la casta comunista que gobierna y se impone en España bajo la dirección de Pablo Iglesias, el enemigo número uno, tanto de la monarquía como de los toros.
Corrochano, hábil titulador entre los más hábiles periodistas, le brindó su crónica al hijo de Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, aquel novillero que cuando debitó como novillero le arrancó a la pluma de Corrochano aquel título “El torero será lo que él quiera que sea”, y cuando iba a debutar en Madrid le dio la bienvenida con el famosísimo titular de “Es de Ronda y se llama Cayetano”.
No llegó a ser Cayetano Ordóñez Niño de la Palma lo que de él se esperó de novillero, pero Cayetano Ordóñez sembró una muy importante dinastía con Consuelo Araujo, de la que nacieron Cayetano, Juan, Antonio, Pepe y Alfonso Ordóñez Araujo, este último estelar torero subalterno y, en lo personal, mi muy apreciado amigo siempre vencedor en las canchas del frontón. Los chalaos, los que gustan de tomar los rábanos por las hojas, se refieren a Antonio Ordóñez en la tertulia entre aficionados como el gran torero que dejaba las estocadas desprendidas y bajas en “el rincón”. Son los parlanchines que no le vieron. Los que no conocen el comentario de Gregorio Corrochano de la verónica de Antonio Ordóñez:
- La estética de Antonio Ordóñez toreando de capa no tiene término de comparación. Escultores, si queréis hacer una estatua, a la suerte de la verónica, ahí tenéis el modelo. ¡A mi me gusta más que toreando de muleta!
Lo dijo sentenciosamente la tarde de la Corrida de la Beneficencia, cuando Antonio Ordóñez lanceó en Madrid los toros de Samuel Flores.
La epopeya de la epopeya la reseñó el periodista mexicano Carlos León, en la Ciudad de México en diciembre de 1956. Fue la histórica faena a Cascabel de San Mateo. Escribió así:
- Desde las verónicas empezó lo asombroso. Lentas, desmayadas, dibujando el toreo con una plasticidad pocas veces contemplada. Luego de ese quite gallardo que inició con la larga afarolada, para echarse el capote a la espalda y hacer las gaoneras – ¡atención!, las verdaderas gaoneras- moviendo el capote con ambas manos a la vez y no dejando muerto uno de los brazos” …” No es incurrir en hipérbole afirmar que jamás se ha toreado más despacio, ni con mayor finura y elegancia. Erguido, majestuoso, con absoluta verticalidad, el rondeño conservó siempre la distancia justa, pero no ajustada, entre él y el toro. ¡Y qué cátedra inconmensurable! Los naturales eternos, los derechazos inmensos, los remates presididos de los pases de pecho, trazando el renacimiento de lo clásico por encima de ese toreo circense que tantas veces malhadadas, se ha colado de rondón en los redondeles … La verdad única del arte del torero, a través del legítimo heredero de la elegancia de Cayetano. Faena de esas que acaban con el cuadro que abarcan rutas y señalan épocas … Buscando redondear clásicamente lo que clásico habría sido, el de Ronda la Vieja citó a recibir, como en los buenos tiempos. Se produjo el pinchazo, pero vino después la media estocada a volapié, que fulminó a Cascabel. Dos orejas y rabo parecían poco premio para aquel alarde de majeza, de imperio, de avasallamiento.”
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