miércoles, 13 de noviembre de 2019

ANTE LA MUERTE DE ANTONIO ORDÓÑEZ,Gregorio Corrochano, Carlos León y José Alameda por Víctor José López EL VITO







Murió Antonio Ordóñez, ¡Viva El Juli!… Me gusta esta frase para el año que se nos va.
Un epitafio para el  maestro de Ronda, que pone el punto y aparte a un capítulo de una historiografía del toreo que inició Francisco Romero, de quien dicen, aunque se discute, fundó en Ronda una dinastía y una escuela, la  Escuela Rondeña, de la que Antonio Ordóñez ha sido el Sumo Pontífice.

Pero como dice Antonio Burgos en su recuadro póstumo, Antonio Ordóñez fue él mismo su peor enemigo. La gente cuando hablaba de él, se refería a su mal carácter, a su actitud desleal para con sus compañeros, lo que le sumó mucha antipatía.
No se referían a él como el torero valiente, cuyo cuerpo, reducido a  las cenizas que ahora están enterradas bajo la arena de la Maestranza de Ronda, parecía un mapa de cornadas; porque Antonio Ordóñez fue un torero muy valiente y, además de haber sido el último de los clásicos rondeños, fue el último gran artista de Andalucía.
No ha nacido, desde que Pepe Luis se cortó la coleta, otro artista con esa dimensión en el Sur de España.
Imaginativo como ninguno, el pueblo andaluz se dio a la tarea de inventar mitos para su mitología huérfana de dioses. No entendía la presencia viva del dios del toreo, del príncipe de los toreros, como le llamó Gregorio Corrochano en su crónica madrileña la tarde del faenón a un toro de Atanasio.

Ordóñez le brindó al Príncipe de Asturias, don Juan Carlos de Borbón, la muerte del toro de Atanasio Fernández en Madrid. Gregorio Corrochano, hábil titulador, le brindó la crónica al hijo de Cayetano Ordóñez "Niño de la Palma". Corrochano había dicho que "el toreo será lo que él – Cayetano Ordóñez -quiera que sea"; y, cuando iba a debutar en Madrid, le dio la bienvenida con el famosísimo titular de "Es de Ronda y se llama Cayetano".
No llegó a ser Cayetano Ordóñez el Niño de la Palma lo que de él se esperó que fuera de novillero, pero sí sembró una dinastía con Consuelo Araujo de la que nacieron los vástagos Cayetano, Juan, Antonio, Pepe y Alfonso, este último "el Ordóñez de plata", destacada figura del toreo entre los subalternos.
Los chalaos, los que gustan de tomar los rábanos por las hojas, se referirán a Antonio Ordóñez en las tertulias, como aquel matador que dejaba las estocadas desprendidas, bajas en "el rincón"; son los que no le vieron, los que no saben lo que Gregorio Corrochano dijo, al comentar la verónica de Ordóñez, escribió "La estética de Antonio Ordóñez toreando de capa no tiene término de comparación. Escultores, si queréis hacer una estatua a la suerte de la verónica, ahí tenéis el modelo. A mí me gusta más que toreando de muleta". Lo dijo sentenciosamente la tarde de la Corrida de la Beneficencia, cuando Antonio lanceó en Madrid a los  toros de Samuel Flores.

La epopeya de la epopeya la reseñó el crítico Carlos León en la Ciudad de México. Fue en la temporada de la Monumental Plaza de Toros México en diciembre del 56, con la histórica faena a "Cascabel" de San Mateo. Escribió el polémico cronista: "Desde las verónicas empezó lo asombroso. Lentas, desmayadas, dibujando el toreo con una plasticidad pocas veces contemplada. Luego ese quite gallardo que inició con la larga afarolada, para echarse el capote a la espalda y hacer las gaoneras —¡atención: las verdaderas gaoneras—-, moviendo el capote con ambas manos a la vez y no dejando muerto uno de los brazos" …"No es incurrir en hipérbole afirmar que jamás se ha toreado más despacio, ni con mayor finura y elegancia. Erguido, majestuoso, con absoluta verticalidafd, el rondeño conservó siempre la distancia justa, pero no ajustada, entre él y el toro. ¡Y qué cátedra inconmensurable! Los naturales eternos, los derechazos inmensos, los remates precisos de los pases de pecho, trazando el renacimiento de lo clásico, por encima de  ese toreo circense que tantas veces malhadadas, se ha colado de rondón en los redondeles. … La verdad única del arte del toreo, a través del legítimo heredero de la elegancia de Cayetano. Faena de esas que acaban con el cuadro, que marcan rutas y señalan épocas… Buscando redondear clásicamente lo que clásico había sido, el de Ronda la Vieja citó a recibir, como en los buenos tiempos. Se produjo un pinchazo, pero vino después la media estocada, a volapié, que fulminó a "Cascabel". Dos orejas y rabo parecían poco premio para aquel alarde de majeza, de imperio, de avasallamiento."

Y ya para rematar este recuerdo al maestro, estas palabras del gran escritor Alfonso Ussía, que reclama con exactitud lo que fue y será para la fiesta de los toros Antonio ordóñez:
"El toreo es arte porque es danza, baile templado por el hombre que obliga al toro a ser parte del movimiento. El toreo es arte porque es escultura, quietud y roca, estética y línea, Grecia y Roma resumidas en el instante plástico del milagro. El toreo es arte porque es pintura, Goya enloquecido y tremendo, Picasso luminoso. El toreo es arte porque es literatura, triunfo y tragedia, prosa y poesía, que a veces parece que métrica y rima se unen en el ritmo para esperar a los poetas que cantan al toreo. Y el toreo es arte porque es música, callada para algunos, honda y apoteósica para los que, en verdad, la sienten. La danza queda en el recuerdo, la escultura permanece quieta, la pintura estática, la literatura dormida en el libro cerrado, pero la música sigue. Música cercana a Dios cuando el toreo y el arte se enfrentan a los límites del hombre, y los superan. Y alcanzan lo inaudito, lo supremo. Antonio Ordóñez era música. Majestad clásica de la perfección y la armonía. La música del toreo no es la callada, sino la trepidante, final, triste y melancólica de los grandes genios. Ordóñez, en museo, en tristeza de olvido, en película antigua, es la Séptima Sinfonía, cadencia, hondura, frondosidad, donaire, ángel, superioridad absoluta. Ordóñez, ya muerto, sombrero al aire, flor perdida, beso de mujer bañado en lágrimas. Toreó rozando el cielo cuando Dios se lo permitió. En ocasiones superó la barrera de las nubes, las mismas que hoy le amparan y pasean. Fue Mozart y fue Beethoven. Calma y verónica, viento y delirio. Hoy le dejo mi emoción en estas palabras. La gratitud me la guardaré para siempre. A él le debo los mejores conciertos de la estética. Ha sido el más grande. Que Dios no se lo lleve demasiado lejos de Ronda".

La muerte de Ordóñez, deja sin príncipe al toreo.
Ha muerto el rey, ¡Viva el rey!
Muerto Ordóñez, viva El Juli, un niño precoz que toma el camino que en la encrucijada de su vida el rondeño dejó de lado. Con Antonio Ordóñez se escapa la fiesta de los toros para la intelectualidad. Murieron, se fueron y están con él Hemingway y sus ensangrentadas plazas de verano, también se marchó Orson Wells y toda aquella farándula del Hollywood de los cincuenta.
Ya los cielos del toreo no se cubren con el revolotear de las golondrinas —aficionados de un sólo verano— que adornaron la España franquista. La fiesta de los toros y España misma son diferentes. Ahora vivimos otra fiesta de los toros, un toreo que no es analizado por escritores y filósofos en las tertulias de los ateneos. No es aquel "se hará lo que se pueda, don Ramón" de Juan Belmonte. Ahora los toreros son protagonistas de una fiesta para las revistas del corazón.
El Juli luce diferente, lo veo que en vez de entretenerse buscando fotos en las revistas del corazón hurga y revuelve en viejos tratados de tauromaquia porque busca recuperar aquel toreo luminoso, variado, de inspiración, al que el excreso de clasicismo puso de lado durante el imperialismo rondeño de Antonio Ordóñez.
¡Viva El Juli!

Origen de ANTONIO ORDÓÑEZ


Algo que viene del mar
Y sube a Ronda. Un ceceo
Entre el hablar y el callar.
Desde el mar, que es quietud y es balanceo,
Algo se siente rondar.
Quizá el rumor del toreo.

Cuando le vi torear
Fue sin estremecimiento,
Era sólo un mecimiento
Como del aire al pasar.
Quizá del aire al pensar
Un mágico pensamiento.
Sin patetismo de hondura,
Ni la falaz tesitura
De abrir de más el compás.
Ni un paso, un nudo, de más;
Perfecta la singladura
Anchuroso el horizonte.

Ponte donde quieras, ponte
Simplemente bajo el Sol.
Él te mostrará el sendero
Del arte puro español,
El que sigue el gran torero
Cuando viene a torear
Hasta Ronda, desde el mar.

JOSE ALAMEDA




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