lunes, 22 de enero de 2018

ASÍ VIO EL VITO LA DÉCIMA TARDE DE LA TEMPORADA EN LA PLAZA MÉXICO




SILVETI Y ROCA REY 
DOS CARAS 
DE UNA MONEDA DE LEY

Ayer Juan habría estado feliz


EL VITO

México puede que recuerde, y recordando goce de sus vivencias;  pero no espera. Porque México cuando quiere, adora sus toreros. La tarde de ayer reunió sentimientos encontrados. Primero recibió a Diego Silveti con cariño, afecto sincero tanto por lo que significa como como un buen Silveti, que es y ha sido digno de su abuelo Juan y de su padre David. 
Pero con Luis David no fue tan cariñosa la plaza México. Puede que la flor del hastío por el abuso comience a germinar. 
Y con el peruano fue otro tipo de reunión, una esperada espera,  ayer el peruano, como siempre, salió con el motor encendido y con las llaves de la Puerta del Encierro en la mano. 
La afición de la plaza ya lo coloca en sitio preferente entre sus toreros, porque que sin triunfar Roca Rey, será de ayer en adelante un torero de la México.
Vayamos por partes y sin tropiezos, leyendo el guión de una tarde importante.
La presencia de sus toros,  toros de La Joya, dignifica la plaza. Es hora que México se quite el sambenito de ser la plaza grande del toro chico como ocurre y ha ocurrido muchas tardes. 
De los que vimos lidiar, porque la señal del Canal de las Estrellas se cayó en el quinto de la tarde, nos gustaron mucho los tres primeros. Ya el cuarto indeseable y por lo que escuchamos los otros dos toros no dieron la nota de los dos toros que abrieron plaza. Incluyendo el  típico regalo, la propina prodigada en la historia de la plaza en las corridas de la México -toro de regalo que no necesitaba Diego Silveti para confirmar lo mucho de bueno que le vimos en su magnífica actuación en su primer toro.
Sí, vimos en el nieto de Juan un torero reposado, manejando los tiempos como deben manejarlo toreros de experiencia y madurez. Diego Silveti fue recibido con muestras de cariño, de sincero afecto en esta su reaparición en el embudo de Insurgentes, porque él, Diego Silveti, encarna un segmento muy importante de la historia de México. En su prestancia resaltan valores ya perdidos en la personalidad del torero de México que en sus recientes  generaciones camina desnudo de personalidad. Diego no, se viste de muy bien entendido histrionismo, como exigía su abuelo. Realiza las suertes vendiéndolas sin estruendo. Pudo haber triunfado, si triunfar es cortar oreja, en su primero al que mató de estocada desprendida que empañó su buena labor. No le cortó orejas a sus otros dos enemigos, si dos, porque para no salirse del folclore regaló un séptimo toro que, como suele suceder, no mejoró la situación sino que más ocultó lo muy bien que estuvo en su primer toro.

México no esperaba a Andrés Roca Rey. El limeño nunca se ha ido de México o de cualquier otra latitud del universo del toreo. Este peruano lleva en sus manos la ardiente tea que un día sostuvieron César Girón y César Rincón, toreros también americanos que un día se atrevieron poner de lado al liderazgo español y hacerse ellos del comando del toreo universal. Cosa que hace ya demasiado tiempo no ocurre con la torería mexicana, diría desde aquellos tiempos de Carlos Arruza que se atrevió plantarse junto a Manolete frente a Dominguín y ser líder a pesar del rechazo sus connacionales.
Roca Rey, párrafo aparte en esta nota testimonial, estuvo vibrante con cañonazos de emotividad emitidos por la manera de cómo se arrimó. Un arrimón de cercanías, de dominio razonable sometiendo la sin razón salvaje del toro bravo. El peruano le dio gusto a los mexicanos interpretando expresiones mexicanas de su repertorio, tanto con la capa como con la muleta dijeron presente Garza, Ortiz y Calesero con el percal, y en los tiempos con la sarga reminiscencias en esta arena conde un volcán llamado Rafael Rodríguez fue capaz de eruptar la lava que ayer inundó los tendidos de la Plaza México cuando el niño genio de Lima provocó se atragantaran los gañotes desde el tendido alto hasta ese emblema de la barrera de sol, la de la sensibilidad que cantó Lara viendo a Silverio. Como a Silveti, a Roca Rey le traicionó la espada. Traición que no impedirá perdure en el recuerdo esta revelación de su actuación en la Plaza México.
Sentí injusto el público para con Luis David. ¿Demasiadas tardes? Es un buen torero, un torero que trae de España sello de calidad. ¿Será que en él repercuten los amores encontrados de la difícil afición de la México y su hermano José? No es justo ser tratado como ayer le trató México.

Ayer en Venezuela se cayó la imagen del Canal de Las Estrellas, y tuvimos que seguir los acontecimientos gracias a la transmisión de los narradores. Espero que esta caída no se trate de una zancadilla, sino de esas cosas que ocurren en la vida.

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