martes, 22 de agosto de 2017

ZABALA DE LA SERNA, BILBAO: El caro sonido de un gran 'Cornetilla'


La humillada embestida del soberbio cuarto toro de Alcurrucén en la muleta de Curro Díaz, que se llevó el único trofeo de la tarde RAMÍREZ
Curro Díaz corta una oreja en una faena desigual al mejor toro de una noble corrida de Alcurrucén que careció de finales.
Sobre la tarde pesaba el recuerdo de Iván Fandiño. Como en toda la feria. Sólo que Fandiño hubiera toreado ayer de no apagarse las luces de la vida en Aire-sur-L'Adour el 17 de junio. La canción vasca Agur jaunaksonó con profunda tristeza en los pulmones de la sinfónica de Vista Alegre, recorrió el pensamiento de la escasa y leal afición puesta en pie y murió en un "¡Gora Fandiño!" con ecos de eternidad.Su pasodoble arropó el paseíllo descubierto de los toreros. Curro Díaz parecía encabezar el desfile a paso de procesión o cortejo fúnebre. Amarga sustitución que jamás hubiera deseado firmar. Elevó el brindis al cielo como tributo a la presencia ausente. Hay quienes dicen que el adiós de Agur jaunak también es una bienvenida.
A Curro el recibimiento se lo había dado la armada cabeza del alcurrucén con un sifonazo en el capote. En el momento de destocarse de la montera ya habíapocas esperanzas en la faena. La carencia de humillación en su embestida seca derivó hacia la distracción. Los escasos brillos asequibles destellaron en la muleta de Díaz cuando vació por debajo de la pala del pitón. En este pase del desprecio, en aquel cambio de mano, en algunos derechazos que el toro no enganchó. A su altura incrementaba el punteo. La espada encasquillada extendió sine die el metraje.
Joselito Adame dibujó a pies juntos verónicas de primor. La finura de cabos, la guapeza y las líneas amables de Gaitero se fijaban en una embestida especialmente cualitativa por el derecho. Abajo también empujó en el peto durante los extraordinarios puyazos de Óscar Bernal. Del Álamo cató la clase en un quite de zapatillas reunidas hasta la media de majeza. Adame replicó por el mismo palo y por la misma mano sin aportar nada más. Desprendió el mexicano naturalidad y asiento en un trío de ligadas series en redondo. Como abertura de faena y algo más. De la composición erguida y relajada pasó a una interpretación despatarrada, más enfibrada en el toque, cuando el toro se apagaba entre las rayas. De ahí en adelante decayó el tono. Como Gaitero desinflado. Sin poner de su parte ya en el trámite zurdo. Ni una cadena de molinetes alegró la cosa. Apuró enfrontilado con la tela más retrasada. Un pinchazo señaló la zona donde se hundiría el feo bajonazo.
Como acalambrado apareció un toro colorao no sobrado de poder. Una pintura de infinita bondad que se recuperó según avanzó la lidia. Colocaba la cara apuntando promesas. Juan del Álamo no principió con el pulso fluido. Más bien tenso. Cuanto menos violentaba la embestida, una respuesta más acorde obtenía. Y ése fue el son que encontró en su izquierda. Aunque al alcurrucén le faltaba final, siempre mantuvo la intención. La faena también fue eso. De mejores intenciones que resoluciones redondas. El fresco oficio de Del Álamo conquistó una amable vuelta al ruedo.
Cornetilla se convirtió en el toro de la corrida de Alcurrucén. De lujo sus hechuras, de categoría su fondo. Como su humillación, empleo y profundidad. Caro su sonido. Curro Díaz esbozó un bello prólogo. La composición también primó en su derecha. La música arrancó como los oles. El diapasón se precipitó en picado en la tercera ronda, cuando Curro descompuso el ritmo del toro. El uso o el abuso del pico de la muleta agrandaba el desajuste y lo ensuciaba con enganchones. Nada era culpa de Cornetilla, que quería hacerlo por su camino, sin que le sacaran de las vías. Sucedió idéntico desacople al natural. Cierta remontada se intuyó cuando el veterano jiennense volvió a acompasarse. Embraguetarse con pureza es otra historia. Pero al menos recuperó la fe en su artístico concepto. Su expresión rellenó las carencias. El bache quedó atrás para la parroquia. Después de un pinchazo, el fulminante espadazo delantero hizo rodar a Cornetilla sin puntilla. La pañolada desatada desembocó en la ansiada oreja de discutible criterio; al soberbio alcurrucén le colgaban las dos con meridiana claridad.
Todo el fuelle del quinto apenas traspasó los estatuarios impertérritos del alegre descorche de faena de Joselito Adame. Sumó nobleza a la tónica santa y al estilo de la corrida de Alcurrucén, deficitaria de finales. De ese ir a más como sello de la casa. Y no a menos. La llama de este penúltimo duró el canto de un euro. La seria voluntad de Adame degeneró en tozuda insistencia baldía. Y en un mal manejo de los aceros. De nuevo por los blandos un horrible metisaca. Aun así saludó una ovación.
El trapío de los alcurrucenes volvió a conjugarse en orden con las hechuras entipadas. Como remate, el sexto. La exigencia de Bilbao armonizada. Sin embargo, fue brusco y bruto. Como para llevar la contraria a sus hermanos. De áspero y discontinuo disparo sin descolgar. Juan del Álamo se justificó con opaca tenacidad.

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