sábado, 22 de julio de 2017

SALVADOR FERRER/El Mundo Paco Ureña sube el toreo a los cielos en Valencia

 

Ureña mira con épica a su oponente tras una brutal paliza que le dejó sin conocimiento EFE
El lorquino cortó una oreja del sexto de la tarde, tras una clamorosa petición del segundo trofeo, desatendida por el ussía. También López Simón paseó un apéndice del tercero, como premio a una faena presidida por el mecanicismo.
La corrida de Algarra regresaba en julio anunciada como ganadería titular después de haberse llevado todos los premios del año pasado con un sobrero excelente de nombre Fusilero al que Román cuajó y desorejó. Algarra volvió a Valencia merecidamentecon todos los honores. Sin embargo, a Román no lo han tratado con la consideración que triunfar a carta cabal merece y más siendo el faro de la torería valenciana más allá de la estratosférica dimensión del maestro de Chiva. Que Román esté anunciado con la de Cuadri es una desconsideración de la empresa al triunfador de la Feria de Julio de 2016.
Rivera Ordóñez traía consigo el argumento de la despedida. Para entrar en la feria pocos argumentos y méritos se hallan en su bagaje más reciente por mucho que se pretenda maquillar una realidad. Ni la taquilla funcionó esta vez. Rompió plaza Gustoso, hondo, serio, un hombre. Acapachado, un tren de 575 kilos, el perfil tenía aires de Samuel. Ureña se hizo presente con un quite que fue un surtido: tafalleras, cordobina, revolera y brionesa. Anduvo fácil Rivera Ordóñez, técnico, muy al hilo, casi todo o todo en línea. El toro dejó hacer y estar más por el derecho. Noblón, no se comió a nadie. Le hubiera servido más a un torero con más hambre.
En la merienda, Rivera se sentó en el estribo como cuando con Joselito y Ponce completaban el cartel de los tres tenores. Hay una foto preciosa e histórica de esa estampa tan torera. Aquellos tiempos... El cuarto quedó fulminado tras un encontronazo en el burladero. Se recuperó el toro. Mejor quedarse con la imagen del torero que era en aquella foto que la imagen que dio con el toro de su despedida.
Paco Ureña esbozó dos verónicas cumbres en el saludo. Inconexas pero soberbias. El toro nunca se entregó, soltaba la cara. Ureña se encaja sin darse coba. De verdad. Con la derecha firmó muletazos sueltos excelsos de hondura y lentitud. Con la izquierda Ureña se desgarra, se entrega, entierra las zapatillas y hace volar el alma y el toreo que se sueña de salón. Descalzo y abandonado. Hubo uno de pecho monumental. Tras pinchar, quedó prendido angustiosamente entre los pitones. Una eternidad. Una paliza. El vestido deshilachado, la taleguilla destrozada, la cara de Ecce Homo, pero la rabia indómita de estos héroes de medias rosas para volver grogui a la cara del toro. Pasó a la enfermería. Salió a matar el sexto.
El tercer algarra era un zapato. Su comportamiento en los primeros tercios fue notable. Con su genio y su picante. Alberto López Simón le dio muchos pases. Tan capaz como mecánico. En el epílogo conectó más con los tendidos. Sonó un aviso mientras toreaba por manoletinas. Buena estocada. Cortó una oreja. El madrileño mató el quinto para dar tiempo a Ureña y a los médicos. Sí hay quinto malo. Y desclasado. La cara por el palillo. Un desarme. Lo clavó El Guerra: "lo que no puede ser...".
Ureña debió sentir la ovación atronadora que el público le tributó cuando salió de la enfermería. El abrazo con Rafaelillo fue emocionante. Un parche en la frente, el semblante dolorido, la torería intacta. Un galán el sexto. La galanura, el ritmo, el temple, el son. Barroco el saludo entre mandiles y verónicas. La media trianera a la cadera. Ureña sintió e hizo sentir el toreo. Despacio. Como deletreado. Los derechazos a cámara lenta. Los naturales languidecían. Hubo muletazos que eran cachos de alma arrancada. El toreo desnudo. Como la estocada solemne y perfecta. Benlliure no la esculpió así. Torero, torero, torero. La emoción del toreo. La embriaguez del arte. Somos unos afortunados. Gloria a Ureña. Si el presidente no dimite, que lo echen. Además de una injusticia, una vergüenza.

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