sábado, 29 de abril de 2017

LA CRÓNICA DE PATRICIA NAVARRO Ferrera y «Platino», esa verdad inalcanzable


Mudéjar, otro gran toro de Victorino Martín en Sevilla.

Sevilla. Sexta de abono. Se lidiaron toros de Victorino Martín, bien presentados. El 1º, paradote y de corta arrancada; el 2º, de malas ideas; el 3º, al paso y de medio viaje pero con temple en el viaje; el 4º, encastado, exigente y con mucha clase, gran toro; el 5º, gran toro con calidad, repetición y mucho temple; el 6º, reservón y áspero. Lleno en los tendidos.
Antonio Ferrera, de azul turquesa y oro, pinchazo, estocada caída (saludos); estocada trasera (oreja). 
Manuel Escribano, de nazareno y oro, dos pinchazos, estocada, dos descabellos (silencio); estocada trasera, aviso, tres descabellos (saludos). 
Paco Ureña, de caña y oro, buena estocada (oreja); tres pinchazos, media, tres descabellos (silencio).
En las plazas se vive de todo. La explosión de emociones y la desilusión. Todo se da. Pero ayer hubo uno de esos momentos en los que sientes que se cierran círculos que forman parte de la historia y de las heridas. Fue en el cuarto cuando Ferrera sacó a banderillear a Montoliú. Arriesgó el banderillero, rondó la cogida, clavó en la cara y se jugó los muslos. En la misma plaza donde su padre perdió la vida 25 años atrás. La imagen de Ferrera y Montoliú brindando al cielo fue inolvidable. El toro resultó un huracán, fijeza, casta y repetición en el engaño. «Platino» no permitía fallos ni adornos. Duelo de poder sobre la arena maestrante. Un aviso sonó antes de coger la espada. Ferrera estaba en otro mundo, midiéndose con la fiera, buscando la distancia y encontrando el valor para quedarse ahí a pesar de la fiereza del toro. Emocionante trasteo. Auténtico. Los valores del toreo en estado puro; aquello era una verdad inalcanzable para el común de los mortales. Regresaba el torero tras un paréntesis para rehabilitarse. A su llegada borró la dispersión del tiempo a golpe de capote. Un quite. A la verónica. Toreo bueno. Y una media que colmaba aquello de intensidad. A cuatro manos, con Escribano, cumplieron el tercio de banderillas justo antes de asomarse a la hora de la verdad. El cara a cara con el victorino. Una tanda le duró la emoción. Se vino abajo el toro y acortaba el viaje. Insistió Ferrera largo en el tiempo. Era otra historia este.
Como si no hubiera pasado nada, decíamos ayer... Escribano recibió a Migrañito a porta gayola. Se le mueven los pies a mil en el tiempo de espera y qué serán de esas pulsaciones si desde el tendido se anda revuelto. Y más cuando el victorino salió de toriles, se paró, analizó la situación y ya, cara a cara, sudor frío, embistió al valiente que espero ahí con todo. Se dilató la cosa una barbaridad después y en la nada. A la hora de haber comenzado el festejo no habían metido la espada al segundo. No hubo faena. Viajaba raudo, veloz y orientado el toro. Sin saber muy bien cómo aquello se había convertido en un tostón vacío de contenido. Volvió a cambiar con el quinto el toro de más clase del encierro, qué manera de tomar el engaño por abajo, entregadísimo y con un ritmo brutal. «Mudejar» fue toro de lío gordo. A Escribano no le fue la espada y la faena gozó de momentos muy despaciosos pero sin la rotundidad que el temple del toro tenía. Era la excelencia, la embestida a la mexicana para gozarlo. Y bordarlo. No viajó la faena de Escribano hasta allí.
Paco Ureña, que toreó bien de verdad hace un año en esta plaza, no remontó los ánimos en la primera parte de la faena al tercero . Iban toro y torero en dos direcciones que no llegaban a tocarse. Acudió el victorino al paso y de media arrancada pero tenía temple en el viaje. Por eso, mediada la labor, acertó con las teclas y fluyó la faena, tapándole la cara y ligando con la diestra y de frente por naturales, de uno en uno, sin acabar de descifrar nunca el misterio. Estoconazo al canto. El sexto fue reservón y áspero y Ureña lo intentó pero no era la tarde.

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